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Historias de Germania
LA YERRA
La yerra es “eso” que hacen en los
establecimientos ganaderos en forma anual y consiste en marcar, vacunar, capar
y alguna otra cosa que haga falta con el ganado. Es normalmente todo un
acontecimiento. Es como hacer la losa del techo de una casa. Lllegaba gente de
todos lados. Vecinos, amigos, no tan amigos, invitados e invitados de los
invitados. Todos se juntan a comer, tomar, andar a caballo, caminar, juntar
hongos, tratar de lazar algún ternero “pa’joder”, hacer un fueguito, el asado y
… hay 4 locos que laburan y hacen todo lo que hay que hacer con los 100-120
terneros a procesar. Bueno, tan, tan así no es. Hay algunos que meten mano.
Seguramente molestan más de lo que aportan por su falta de conocimiento del
tema, pero le dan algún descanso a alguno en ese duro trabajo.
La
yerra es toda una fiesta de gente e interacción con la naturaleza. También es
brutal y salvaje, sino, pregúntenle a los terneros. Entran como barítonos al
corral y salen como unos “sopranos” espectaculares.
Ésta se lleva a cabo de mediados a fines de otoño, es
decir, durante los meses de abril, mayo y junio, cuando la benignidad de nuestro
clima aún no ha desplegado los rigores del invierno.
Cuando yo era chico, la mayoría de los amigos de mi viejo,
todos cercanos a las actividades rurales se iban preparando para el día
señalado. La noticia circulaba velozmente: “Había yerra en…” y más de uno, con
el pretexto de ver algo “tradicional“, se colaba.
Me contaba un viejo paisano que mucho antes, los que
participaban de esta fiesta con trabajo, llevaban una vistosa vestimenta. Era
como si las “pilchas de lujo”, salieran a tomar el aire para ese encuentro.
Ponchos de vicuña, chapeados de pura plata, calzoncillos con flecos, botas de
potro bordadas en el empeine, lazos trenzados de veinticuatro, en fin, todo
aquello de más rico, de más caro y más apreciado que existe en el paisano,
entraba a desempeñar su rol en aquellos días.
La yerra comenzaba cuando se echaba la hacienda al corral;
se mataba en algunos lugares una vaquillona que se iba asando con cuero mientras
duraba el encuentro. Mientras tanto, las marcas, los hierros, que indicarían
luego la certeza de la propiedad del ganado, ya estaban candentes en el fuego,
esperando ser usadas. Se designan los enlazadores y pialadores con que se ha de
abrir la yerra y un ¡vamos muchachos!, lanzado por el dueño del campo era la
señal de que ha empezaba la tarea.
Varios enlazadores y pialadores luchaban siempre éxito
contra el crecido número de animales que había que tender en el suelo. Cuando
lograban su objetivo uno le pisaba el pescuezo, mientras los otros se
apresuraban a maniatarlo perfectamente de patas y manos. En ese instante se
presentaba el de la marca, y sin ninguna compasión, le aplicaba el hierro
candente, y una vez señalado, el capador, de un saque nada más, le cortaba los
huevos, que serían comidos luego con fruición asados a las brasas. Creadilla le
dicen a los huevos para darle un toque no tan “genital”.
Cumplimentadas estas cuestiones, de marca y capada, se
soltaba al animal. El ternero, ya “novillo”, al verse libre, alzaba la cabeza;
investigaba en todas direcciones con mirada vaga e indecisa y velada por la ira
y el furor.
De pronto se levantaba, se sacudía y se lamía la parte
dolorida, luego atropellaba la puerta del corral. Todos parecían respetar su
dolor y el animal loco, ganaba el campo.
Lo que más me gustaba de la yerra no era precisamente el
acto de la marcación y castración, si no el lujo y destreza que desplegaban los
enlazadores y pialadores, los unos a caballo, los otros a pie, y el variado
conjunto que presentaba la escena.
Siempre había un grupo en donde el mate, la guitarra y la
ginebra ayudaban a pasar el tiempo. Algunas veces, también se jugaba a la taba.
La duración de la yerra, tenía relación directa con la
cantidad de animales que se marcaban y castraban. Pero la fiesta que la rodeaba,
terminaba únicamente cuando ya no había vino. Asado siempre sobraba, pero la
bebida, volaba. Muchas veces, por la noche, la fiesta se prolongaba en algún
boliche. Y a veces la cosa terminaba en alguna pelea a cuchillo. Pero esa es ya
otra historia.
El poeta uruguayo Wenceslao Varela, en estos versos nos
describe una yerra en épocas no muy lejanas, así:
Allí está como ciñuelo
de la gente comedida
la carreta desuñida
con el pértigo en el suelo
al rodeo sin recelo
entran los enlazadores
en pingos escarciadores
que al ver revolear los lazos
se balancean al paso
como pisando entre flores.
Uno se viene sacando
un pampa negro machazo
se alza sentao en el lazo
la lengua afuera y balando,
los pialadores formando
dos filas a su costado
revolean entusiasmados
dándose tiempo y lugar,
siempre el que sabe pialar
es el menos apurado.
Brota el humo en nube espesa
sobre del cuadríl quemado
y brama el toro apretado
en su indómita fiereza,
allí se ve con destreza
muy común en nuestros criollos
cuerpiar sin capa ni embrollo
a un toro en ágil gambeta
y por sobre la paleta
pialar con tuitos los rollos.
Lentos zumbidos de armadas,
ruidos secos de caronas,
triste crujir de lloronas,
balar de reces quemadas,
y la porfía de la perrada
con los toros de la sierra,
ruido de casco en la tierra
que repercute el zanjón,
y guitarra y acordeón
al terminarse la yerra.
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