Sobre el amor y otras cosas no menos importantes

GRACIANA

Eduardo Minervino

 

Sí. Allí vienen. El lejano pero inconfundible sonido de algunas risas le reveló que había concluido la espera. Entonces clavó los ojos en el estrecho sendero apenas insinuado entre la mata de troncos, hojas y arbustos que se había ido formando junto a las ya inútiles vías del tren y divisó las dos siluetas. Con sigilosa rapidez se ubicó en el sitio ya habitual -oculto entre cartones y maderas, junto a una de las ventanas de la derruida estación -, dispuesto a ejercer, sin el temor de ser descubierto, una intensa y morosa vigilancia. El placer más grande. Sin duda el único que puedo disfrutar ahora. Una vez más comprendió que después de tanto tiempo -ya no tenía noción desde cuándo se limitaba a sobrevivir de la caridad de los otros, sin afanes ni sueños -, por fin ocurría algo que no sólo quebraba la opaca rutina sino, mejor aún, lograba infundirle una súbita cuota de ánimo, le otorgaba inusitado vigor a su cuerpo ya abrumado por el cansancio y los años. Como si otra vez sintiera lo mismo que ellos. Lleno de vitalidad y deseo. Ahora las voces le llegaron más nítidas, las palabras entrecortadas por accesos de risas, como si disfrutaran de alguna broma íntima y secreta, despreocupados y felices, hasta que los vio detenerse en un pequeño claro entre los árboles que bordeaban la estación. De una bolsa extrajo una caja de vino y bebió un trago largo, tanto para aplacar la ansiedad como para paladear con mayor intensidad cada detalle de la escena que iba a presenciar. Después permaneció rígido, sin efectuar el menor ruido. A la expectativa.

Como siempre, fue ella la que tomó la iniciativa. Suave, lentamente, llevando a cabo una ceremonia en la que cada gesto parecía destinado a otorgarle mayor interés y atractivo, le desprendió la camisa y comenzó a sacársela. El muchacho la dejó hacer, sin moverse, mientras las risas se transformaban en susurros y contenidos jadeos. Cuando le tocó el turno a él, todo se hizo más agitado. Súbitamente presuroso, le quitó la blusa con evidente rudeza, urgido por la impaciencia. Lo invadió una dosis de codicia, placer, deslumbramiento, al surgir los pechos, blancos y turgentes, que las manos del muchacho palparon en ávida caricia. Si pudiera hacerlo yo. Si al menos una vez... La certeza de no tener ya la oportunidad de protagonizar algo semejante le hizo evocar, en un afán por atenuar la frustración y alcanzar cierto consuelo, otra época, cuando Graciana lograba satisfacer las ansias de su cuerpo joven y enardecido. Llevó otra vez el tetra la boca. La necesidad de beber pareció crecer tanto como el ardor que lo estremecía, mientras trataba de imaginarse otra vez junto a Graciana y, lo mismo que él con la muchacha, la acostaba sobre el húmedo colchón formado por la gramilla, y la poseía en un ritmo arrebatador, entre besos y caricias que los llevaban cada vez a un paroxismo de gritos y risas y palabras incoherentes. Pero después, cuando ellos quedaron quietos y abrazados, ajenos a cualquier otra cosa que no fuera seguir disfrutando los instantes que habían vivido, sintió la boca reseca, como si hubiera probado algo amargo, con súbita conciencia de su soledad y del ya para siempre insatisfecho anhelo de tocar otro cuerpo.

Apenas ellos se alejaron, estalló. Sin preocuparse ya por guardar silencio, arrojó con violencia la caja vacía y golpeó los puños contra la pared y profirió gritos que trasuntaban la carga de furia, dolor e impotencia. Después comprendió que debía conseguir otro tetra de vino. Rápidamente. Para obtener cierto alivio y tranquilidad. Sintiendo todo el cuerpo pesado y torpe, abandonó la estación y a pasos lentos marchó hacia el pueblo.

Debió golpear muchas puertas y reflejar el mayor estado de indigencia, antes de conseguir algunas monedas. Le alcanzó para comprar dos botellas de vino y, apenas salió del boliche del Chueco García , comenzó a beber. Aunque siempre había evitado hacerlo mientras andaba por las calles del pueblo -después que la enfermedad de Graciana lo precipitó en la ruina y necesitó apelar a la caridad de la gente para sobrevivir-, ya no le importó que lo vieran. Bebió con avidez. Impaciente por embriagarse y alcanzar cuanto antes un profundo sueño que le hiciera olvidar la pérdida definitiva de Graciana, que aplacara el deseo despertado por la frenética relación de ellos, que borrara la certidumbre de vegetar en un estado bochornoso, sin esperanza ni dignidad.

Como si marchara a través de una espesa niebla que desdibujaba las cosas, cada paso le resultó más dificultoso. Después de un tiempo interminable pudo divisar el contorno familiar de la estación. Cuando intentó cruzar las vías, tropezó. Al perder el equilibrio, lanzó un grito y abrió los brazos en desesperada tentativa por aferrar algo. Fue inútil. No pudo evitar la caída y súbitamente sintió el golpe seco, demoledor, en la cabeza.

Las manos de él quedaron de pronto quietas, desganadas, sin terminar de desabrocharle la blusa.

-Vamos -ella lo apremió, impaciente -. ¿Qué te pasa?

Se apartó y echó una furtiva mirada hacia la estación.

-No sé. Ya no puedo hacerlo aquí, ahora que el viejo no está mirándonos.

 

El cuento de la semana

FORNICIDIO ANGÉLICO

 

Dicen los chinos, que son hombres sabios: "Para hacer sopa de liebre, primero necesitas tener la liebre", porque sabían que a veces es muy difícil atrapar una liebre; por eso, cuando no se puede conseguir una, algunos tramoyistas, la cambian por un gato, que tiene el mismo sabor, aunque su carne es más dura. Esto viene al caso, a pesar de que no lo parezca, porque si quieres fornicar con un ángel, lo primero que tienes que hacer es conseguir uno y eso no es asunto menor. Un ángel no se encuentra en cualquier esquina. (Aunque algunas mujeres que esperan en las esquinas parecen ángeles caídos del cielo, pero no hay que dejarse engañar: son falsos ángeles y además cobran sus favores). Atrapar un ángel no es tan fácil como atrapar una liebre, porque antes de atraparlo, tenés que verlo y luego hacer que se materialice, porque, como todos sabemos, los ángeles son seres de espíritu (no tienen cuerpo, pues), pero pueden tenerlo si quieren, y convivir (y hasta cohabitar) con los mortales.

Hay dos formas para hacer que se aparezca un ángel. Una, tarareando entonadamente las primeras notas de la Pequeña Serenata Nocturna de Mozart (sí, las de tan, tan-tán, tan-tan, tan-tan-tan-tán) en una medianoche de luna nueva. Esto lo sé porque, hablando en la playa de Los Milagros, después de hacer el amor con una violinista de 19 años, que podría ella misma hacerse pasar por un ángel, llegamos a la conclusión de que si los mortales pudiéramos escuchar una conversación entre ángeles, nos parecería como si fuera música compuesta por Mozart..

En realidad no se sabe qué es lo que uno comunica al tararear las susodichas notas, pero debe ser algún tipo de contraseña, porque apenas llevas unos cuantos segundos con la tonada y puedes escuchar el aleteo del ángel aterrizando. Aquí cabe hacer una aclaración: muchos creen todavía que para hacer que los ángeles se aparezcan hay que rezar eso de "Ángel de la guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día", pero eso solo sirve para avisarle al ángel de la guarda que ya nos vamos a acostar, algo totalmente innecesario, como si los ángeles no supieran cuáles son sus deberes. Por otra parte, resultaría de muy mal gusto andarse fifando al propio ángel de la guarda, (sería una combinación muy perversa de narcisismo y onanismo), ya que, además de que se parece mucho a uno mismo a fuerza de estar junto a nosotros desde que nacemos, nos conoce mucho mejor de lo que nosotros mismos nos llegaremos a conocer, de tal modo que las posibilidades de esconder nuestras verdaderas intenciones al convocarlo son muy remotas. Y pensándolo bien, a final de cuentas: ¿qué puede tener de excitante hacer el amor con el mismo ente con el que dormimos todas las noches?

La otra técnica para ver a un ángel es tomándolo por sorpresa. Con frecuencia los ángeles andan revoloteando alrededor de los mortales. Algunos los confunden con mosquitos; los más sensibles pueden percibir la presencia angélica de inmediato. Desde luego, al principio parece que no hay nadie y empezás a dudar de tu cordura, pero eso se debe a que cuando los ángeles se ven descubiertos por un mortal se quedan muy quietos, agazapados, sin mover ni una pluma de sus alas. Si entrecierras los ojos y los vas abriendo lentamente, podrás verlo, aclarándose poco a poco, como si fueras sintonizando un canal de televisión con mala recepción. En cuanto les mirás a los ojos saben que están perdidos, que ya son visibles y entonces se hacen los simpáticos. El problema es que los mortales no podemos entenderles gran cosa, porque como ya dije, sus palabras nos parecen música de Mozart.

El siguiente paso es hacer que el ángel se materialice para poder atraparlo y aquí sí sólo hay una forma. Como son medio despistados, no se dan cuenta en dónde andan regando sus plumas y se quedan como hipnotizados cuando ven caer una, creyendo que es suya. El truco es que dejes caer enfrente del ángel una pluma de ave (de gallina puede servir, aunque las mejores son las de cisne, que se parecen bastante a las de ellos). Él se quedará embelesado viendo cómo cae lentamente la pluma y tratará de atraparla exactamente antes de que toque el suelo. En ese momento, en ese exacto momento, no antes ni después, debes tomar al ángel de la muñeca y sujetarlo con firmeza. Entonces ya lo tenés atrapado. Para tener éxito en esta faena hay que entrenar bastante, ya que un movimiento en falso puede tener graves consecuencias. Dicen que Lutero entrenaba para esto tratando de atrapar moscas y que en una de ésas se le cayó la vela sobre la bula papal, reduciéndola a cenizas, y que por eso no tuvo más remedio que iniciar la Reforma protestante.

Pero estábamos en que ya tenés atrapado al ángel, bien sujeto de una muñeca. Es posible que ofrezca algún tipo de resistencia, aleteando frenéticamente tratando de zafarse sin éxito, pero es necesario recordar que los mortales somos más fuertes que ellos puesto que hemos cultivado mejor nuestros músculos en este mundo y los ángeles no saben de gimnasios ni pesas ni aerobics, así es que no tienen escapatoria. Una vez que se ha tranquilizado y resignado a su nueva condición de presa, lo siguiente es detectar de qué tipo de ángel se trata. Como es de todos conocido, en la actualidad los ángeles no tienen sexo. Hubo un tiempo, muy al principio del mundo, en que sí lo tuvieron. Incluso podían materializarse a voluntad y convivir con los humanos. Pero se dio el caso de que algunos ángeles varones sucumbieron ante los encantos de las mujeres mortales y tuvieron un intenso intercambio carnal. El producto de esta aberración celestial fueron los gigantes, que poblaron y dominaron la tierra durante siglos, hasta que el líder revolucionario de los mortales conocido como David descalabró de un hondazo al presidente de los gigantes que se llamaba Goliath. Entonces, Dios decidió hacer una reforma radical entre las huestes angélicas. Les quitó el sexo, les prohibió que se materializaran sin motivo ante los mortales y les impuso un reglamento interno más severo que el de la academia militar. Desde luego, aunque Dios es perfecto, a veces se le pasa algún detalle, por lo que todavía andan por ahí ángeles con sexo que siguen cohabitando con los mortales. Los productos recientes de esas uniones humano-celestiales, ya no son gigantes, sino que les da por ser escritores de cuentos cortos e incomprensibles y hacer cosas extravagantes como enamorar a una puta negra y, o enamorarse a los más de 50 de una niña de 18 años y luego irse a con ella de vacaciones a espaldas de sus hijos, que son mayores que ella.. Como decíamos, a pesar de su perfección, hasta al cazador supremo se le va la liebre y, aunque les quitó el sexo, mantuvo inalterados los rasgos sexuales secundarios; es decir, nos podemos encontrar con ángeles que alguna vez fueron femeninos o angelesas, razón por la cual conservan sus senos celestiales (esto debe entenderse literalmente, aunque es posible encontrar mujeres mortales cuyos senos nos pueden parecer celestiales pero en sentido figurado Lo ideal sería atrapar, entonces, a un ángel de los que alguna vez fueron femeninos, pues besar los senos y succionar los pezones de un ángel no es una experiencia que deba despreciarse si se tiene la oportunidad. Aquí cabe aclarar también que los ángeles siempre andan desnudos, pues no tienen nada de qué avergonzarse, ya que no han cometido ningún pecado ni sienten frío ni calor; por lo tanto, todas esas representaciones de ángeles con túnicas blancas o armaduras son meros delirios de los pintores medievales y renacentistas.

Pero supongamos que atrapas una angelesa. En primer lugar, te parecerá algo muy próximo a una muñeca Barbie con alas, por la sencilla razón de que, digámoslo científicamente, tiene cerrada la vagina. Como resulta evidente, ante esta pequeña eventualidad, para fornicarla sólo queda un camino. En este punto cabría preguntarse acerca de la función fisiológica del trasero de los ángeles, pero al parecer la única explicación es que así lo quiso Dios y a estas alturas no estamos para andar cuestionando las razones divinas. Sin embargo, es conveniente hacer hincapié en su naturaleza. A pesar de que pudiera haber sido penetrado muchas veces antes, el trasero de un ángel siempre nos parecerá inmaculado. Los que han sido obsequiados con la bendición de atestiguar semejante espectáculo cuentan que no se compara a ningún tipo de esfínter humano imaginable. Sin embargo, son muchos los que desean y muy pocos los que alcanzan.

Lo que si no podemos dejar sin explicación es el asunto de las alas, pues es necesario aprender a lidiar con ellas para que no estorben durante el proceso sodomicatorio. Las extremidades aéreas son las partes más sensibles de un ángel. Cualquier leve roce les hace sentir dolores indecibles y pegar unos berridos estremecedores, como si los estuvieran desollando. Por ello hay que tener mucho cuidado y no sucumbir ante la tentación de utilizar las alas del ángel como agarraderas a la hora del fornicio. Reconozco que esto de no tocar las alas resultará muy difícil, sobre todo porque una vez que ha sido penetrado, el ángel entra en una especie de rapto frenético y empieza a aletear, como queriendo emprender el vuelo. Algunos lo logran, pero brevemente, por lo que no conviene no asustarse ante la posible eventualidad de que tus huevos pudieran irse al cielo con todo y ángel, pues se trata de una sensación momentánea. Por otra parte, existen evidencias de que cuando se les está cabalgando, algunos ángeles se ponen parlanchines y empiezan a contar historias ininteligibles para nosotros los mortales, por lo que nos parece que están entonando una ópera en polaco.

Una vez que hemos saciado nuestros instintos mortales en el receptáculo celestial del ángel, se recomienda entonar juntos y completo el Concierto para Clarinete de Mozart, que es lo que prefieren hacer los ángeles después de fornicar. En caso de que uno se quede dormido, arrullado por la voz del ángel, es recomendable dejar la ventana abierta para que pueda irse silenciosamente.

Para concluir, es necesario hacer una advertencia. Los ángeles se ponen furiosos si no se sienten satisfechos después del intercambio de fluidos con un mortal. Ante la cada vez más disminuida capacidad amatoria del hombre moderno (ya saben: es culpa del estrés, la contaminación, los alimentos transgénicos, etcétera), el índice de insatisfacción angélica ha aumentado considerablemente en los últimos años. Por lo que si éste es el caso, la venganza celestial es implacable. Para empezar, te hacen dormir profundamente; cuando despiertas, tienes un indecible dolor en las gónadas y crees que todo fue un sueño y que sólo podrás fifar así en el cielo, cuando hayas muerto. Entonces puedes pasarte la vida buscando una mujer que se parezca al ángel, porque crees que la visión del sueño fue un mensaje divino. Puede que nunca encuentres a esa mujer con cara de ángel, o puede ser que sí la encuentres y no dudes en casarte con ella. Allí comenzará el infierno y se habrá cumplido la venganza del ángel. Por todo ello se recomienda tener mucho cuidado y no andar dando gato por liebre en tratándose de fornicar con un ángel.

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