Sobre el amor y otras cosas no menos importantes

GEOMETRÍA, ESPEJOS Y PLACERES

                                    

Me asomo al espejo y no es a  mí lo que veo reflejándose.  No es mi rostro el que recupero, no, lo que miro en esa profundidad son sus cejas pobladas de un oscuro denso, de gravedad wagneriana, sus cejas vitales enmarcando esa mirada tan de ella, tan distintiva, tan sello, tan marca, tan definición... Veo su rostro y no el mío, contemplo esa efigie que tanto me atrae y que me fuerza a verla a ella en vez de mi cara. No son mis gestos, son los de ella los que recupero y desde el fondo de mi composición química y biológica me vuelve a mordisquear la inquietud. Sonrío frente al espejo y es ella la que sonríe frente a mí, entonces recurro a visajes sin fin y el espejo me los devuelve pero con el rostro de ella. ¡Cuánto puede el deseo! Hay dos sensaciones que me invaden en estos momentos: primero, me domina una infinita felicidad al saber que la tengo y la tendré frente de mí con sólo asomarme,  después, me aflige el no poderme desprender de su imagen, el estar atado permanentemente a ella a través del jodido espejo. Pero al final, lo que triunfa en mi ánimo es su permanencia omnipresente que me convierte en un ser anhelante a cada instante. Pero hay más en el hondo del espejo... no sólo es su rostro suplantando el mío. Más atrás de eso, está la historia que me repite los maravillosos instantes que me ha hecho sentir con sus palabras, con su fogosidad que quema la piel. Ahora la veo en aquel primer momento cuando nos tocamos sin querer (¿o queriendo?) alejados de cualquier inclinación previa a aspiraciones sexuales (¿o no?). Un pequeño roce sin intenciones (¿o sí?) y la chispa,  de luminosidad intensa brotando desde el más insospechado rincón del cerebro. Fue un pequeño roce y los dos desatamos toda esa fuerza lujuriosa que nos latía por adentro quién sabe desde cuando y que nos lanzaba irremediablemente el uno hacia el otro. Nos encontrábamos, solos, en el interior de esta biblioteca, descomunal universo cargado de tomos antiquísimos de ensombrecidas portadas y de coloridos libros modernos. Biblioteca de hombre abierto al mundo, de mente desprejuiciada -mi padre era un ser de conocimientos vastos y de cultura que puede abordar sin complejos cualquier tema- biblioteca de maravillas era la que nos habíamos refugiado. Existe quizá, en los estantes, una buena cantidad de tomos integrados con el tema del erotismo, desde novelas sicalípticas y poemas excitantes, hasta muy científicos tratados sicológicos y sexuales, quizá, pero nos tocó en suerte que aquella vez estuviera yo hojeando El Cálculo con Geometría Analítica de Louis Leithold (Sexta edición); abierto el libro en la página 250, una página antes del apartado 3.7 Derivada de la Función Potencia con Exponentes Racionales; ella se acercó a mí con actitud aparentemente curiosa y al señalar con sus dedos tersos el número de la página se dio el primer contacto de nuestra piel. Esa fue comienzo de la descarga eléctrica que sufrí. De inmediato me percaté de que se había alterado mi respiración y sentí vergüenza de que pudiera notar mi nuevo estado de ánimo. No, ella no se daba cuenta de nada o quién sabe, pero el caso es que de pie, a mi lado, se acercó más al libro y entonces, advertí con todos mis sentidos en alerta, su blando vientre bajo apoyándose sobre mi hombro derecho. Los dos fingimos, como que entendíamos de las ecuaciones que presumía la página, como que realmente estuviéramos interesados en ellas, pero nuestros cerebros hablaban con otro idioma, con el de las sensualidades desatadas. No sé cuánto tiempo habremos pasado así, pero para mí que fue toda una eternidad, porque en aquel deseo desbocado seguramente habían despertado nuestros abuelos, bisabuelos, tatarabuelos, tatatatatatatatarabuelos, unidos todos por la vía del fuego que desde el principio de los siglos vienen cargando los seres adentro de las entrañas. Y tuve valor en aquel momento, el valor que proporciona el deseo incontenible, el deseo que pasa por encima de cualquier barrera, de cualquier freno racional, y sin medir consecuencia alguna, dejé deslizar mi mano derecha sobre uno de sus muslos; no la podía subir mucho por la situación incómoda en la que me encontraba para adelantar el tacto, pero con lo que adivinaba más arriba bastaba para que mi pecho se inflara y desinflara como poderoso fuelle incontrolable; ella callaba y seguía viendo hacia el libro, como si estuviera leyendo las ecuaciones mientras se dejaba hacer, como si nada estuviera pasando. La pierna se hacía más gruesa hacia arriba, y yo adivinaba centímetros más arriba aún, hasta donde la mano ya no podía llegar por el torcimiento del brazo. Ahí estaba, con nosotros, el instinto libidinoso que había viajado los siglos de los siglos para llegar puntual hasta el centro de la biblioteca. Dejé que siguiera leyendo el sensual capítulo de las ecuaciones y giré mi cuerpo hacia su frente corporal, entonces pudo actuar mi otra mano, ya habiendo aceptados ambos, sin decir palabra, la reciente invitación lasciva. Entonces mi mano izquierda pudo entrar en acción (siempre me asumí izquierdista). Y pude tocar el grosor de las dos piernas que se me daban así nomás, a unos cuantos centímetros de donde reposaba la geometría analítica de Louis Leithold. La verdadera geometría, supe entonces, era ésta, la de dos troncos ardientes que se juntaban arriba, blandamente y que ahora podía acariciar por debajo de la tela del vestido. Qué calor aromado aquel en el que navegaba mi mano; qué suave y fresca es la carne en esos parajes "geográficos". Y llegué, goloso imparable, centímetros más arriba todavía, hasta donde empieza la piel de seda de la bombachita (¿roja?, ¿azul?, ¿verde?, ¿amarilla?, ¿negra?, ¿blanca?), triangulito de tela humedecida que guarda el gozo y que es gozo en sí misma al ser alcanzada con la yema de los dedos, tela íntima, cómplice que comparte los secretos de aquellos resquicios de la lumbre. Mis dedos nunca conformes, desatados ya en sus empeños, empezaron a forzar el elástico, ¿rojo?, ¿azul?, ¿verde?, ceñido guardián sobre las ingles; querían más, más, acicateados por los primeros vellos púbicos; oprimidos los dedos, luchando contra esa opresión, se empezaban a pasear ya sobre el pubis sudoroso cuando se escucharon voces que venían de la sala; unos pasos se dirigían claramente a la biblioteca y había que volver de inmediato a la compostura. Esa fue la primera e irrebatible confesión de nuestros mutuos deseos. Después se volvió costumbre buscar la soledad de la biblioteca para consumar la fricción de nuestros talles aunque fuera por encima de las ropas. Pero aprendimos a besar, a besarnos, a besarnos ardientemente, a besarnos ardientemente no solo en la boca, a besarnos ardientemente no solo en la boca sino en toda la extensión de nuestros entendimientos sexuales. El rito se iniciaba abriendo sobre la mesa el enorme libro que nos unía, El Cálculo con Geometría Analítica de ese Leithold, y luego pasábamos al encuentro de las carnes, de manera fugaz, vertiginosa, desesperada, con el excitante sobresalto de que nos pudieran descubrir en aquellos trances. Pero tales prisas no evitaban que acariciara con delectación por adentro de su escote, y que de éste brincaran dos tetitas blancas como un par de nerviosos conejitos y que ella me dejara chupar blandamente y después cayera de rodillas, corriera el cierre de la bragueta y sacará a la atmósfera de este templo del saber mi erguida masculinidad expresada en dimensiones de longitud y grosor, analítica geometría de las turgencias. Su boca sabia sabía y se aplicaba con ansia sobre el pene erguido; su boca, cueva del conocimiento, cavidad erudita, de saliva doctora, que supo enervar una y otra vez la fuerza del macho. Después cerrábamos el enorme libro de Leithold y nuestros rostros tomaban ambos el mismo hipócrita aire de inocencia. Pero, un día, lamentablemente,  nos separamos. Fue necesario. Mí tío, (o su papá) se enteró del juego y casi nos mata.

Ya alejados encontramos la manera de disfrutar. Ahora mismo, vamos a realizar nuestro máximo rito de fusión, pues hemos convenido hacer, por fin, el complemento de lo que nunca llegamos a consumar aquí; nunca tuvimos sexo mí prima y yo, pero hoy lo realizaremos con la ayuda del avance de la tecnología.  Somos seres de este tiempo?, ¿Por qué no aprovechar entonces lo que la ciencia nos da, para darle curso a lo que nos latiguea a ambos entre las piernas? El hecho es que en minuto y medio más nos lanzaremos por los caminos del más intenso placer. Hemos convenido en que a la misma hora, ella allá, yo aquí, nos situaremos frente a un espejo y nos masturbaremos pensando el uno en el otro; así, a la hora del clímax alcanzado, será como si nos hubiéramos acostado, como si por fin hubiéramos dado final a lo que aquí no logramos hacer nunca. Veo el reloj, ya sólo falta medio minuto. Yo se que estás en este momento esperando que el reloj cumpla con la hora exacta para que iniciemos el rito y el uno se convierta en el otro... Ya sólo faltan quince segundos... Piensa intensamente en mí como yo pienso en ti, mi otro yo, mis mismas cejas, mis mismos gestos, mis mismos deseos... Es la hora.  Veo hacia abajo, hacia la boca de la bragueta abierta, la saco la tomo con la mano y la aprieto lúbricamente, como si yo fuera vos, tus ganas, ¿Qué estás haciendo ahora?, ¿Como estás cumpliendo tu parte? ya sé qué estás haciendo, porque lo estás haciendo, ¿verdad?.. Me asomo al espejo, me veo mientras me froto el miembro crecido como nunca. Veo hacia el fondo del espejo: mis mismas cejas, mis mismos gestos. Me froto enardecidamente, más, más, más y pienso en las veces que has deslizado tus deditos nerviosos en la base de mis testículos urgidos. Veo de nuevo el espejo, te veo, siento tus estremecimientos como cuando bajaban mis dedos a tu geometría anal, a tus ranuras analíticas. Te beso desesperadamente mientras bajo mis dedos hacia tus ranuras, avanzan mis yemas entre tus vellosidades, abriendo tu exuberante selva negra. Alcanzo las márgenes húmedas de tu carne, tu elástica piel secreta; penetro, penetro en la distancia, por fin penetro en esta enloquecida cercanía. Te siento estremecer en el centro de nuestro acto sexual, gobernada por la geometría hecha verdad y el fuego en nuestros cuerpos. ¡Ahora termino! Estremecimiento. El espejo. El libro abierto. Mi mano está mojada, invadida de líquidos internos. Mi mano está empapada de vos y tu vagina se acaba de hacer agua entre mis dedos.

 

Cuando los sueños son una cuestión de vida o muerte

YO, ELLA, NOSOTROS

 

¿Cómo nos damos cuenta si las cosas empiezan a salirse de un orden preestablecido? ¿Quién decide qué nos es lícito pensar, sentir, soñar o esperar?

Todo empezó mientras soñaba. Dormía con la ventana abierta, me dio un poco de frío, el aire hacía bailar las cortinas. Entré poco a poco a los caminos del inconsciente. Andaba a pie, entraba a una estación del subte, tenía en mis manos un diario. Caminé, las puertas del vagón estaban abiertas, pero una muralla quería entrar mientras otra pretendía abandonarlo. Luché, avanzaba mientras empujaba, pensé que no tendría problemas hasta que a cinco centímetros de mi cara se apareció la nariz más hermosa que hubiera podido imaginar, no puedo decir por qué mi vista se detuvo en su nariz, sólo puedo decir que ése fue el primer ingrediente del hechizo que ha caído sobre mí. No pude contentarme hasta mirar el rostro que me había asombrado. Su rostro era delgado, tenía algunas pecas alrededor de las mejillas, unos labios que liberaban el deseo, unos ojos enormes, un cabello liso, oscuro y un lunar junto a la boca. Tal vez no sea muy precisa la descripción que he dado, y es lógico, sólo la contemplé por cinco o seis segundos. En mi sueño traté de reingresar al vagón pero me fue imposible. Esa mañana, al levantarme corrí a dibujar el rostro que había soñado, no lo logré, cada que intentaba tomar el lápiz mi mano me pesaba, mis piernas flaqueaban, además había que ir a trabajar, cumplir con la rutina cotidiana, tomar un baño, hacer el desayuno y abordar un taxi, no porque alcance el dinero, sí por la falta de tiempo. En el trabajo el mundo no existía, mis manos tecleaban mecánicamente, capturaba una y otra vez, me ofrecían un café, lo bebía, y regresaba a la enajenante tarea de redactar, redactar, redactar. La jornada finalizó, tras diez horas de trabajo regresé a casa en taxi, urgía regresar al sueño, entré al departamento, apagué las luces, me desnudé, y caí sobre la cama, cerré los ojos, nada, mi cuerpo aún tenía energías, subí y bajé las escaleras (siete pisos) hasta que me faltó el aire, un baño de agua caliente, me desvestí, mi cuerpo abrazaba el colchón: nada, no tenía mucho tiempo para buscarla. Un té, sí, un té de tilo. Corro a la cocina lo preparo, agua en el micro ondas (para ahorrar tiempo) una bolsita de té, lo bebo lentamente, enciendo la tele: noticias, payasos haciendo reír, nada bueno, pero bostezo. Corro a la cama, trato de no pensar, el cansancio cae sobre mí.

Despierto, son las seis de la mañana, no pude soñar.

Regreso del trabajo, voy directo al dormitorio, dejo caer mi ropa, enciendo la radio, sintonizo la estación de Jazz, prendo un incienso, tomo el vaso de agua que está sobre la mesita de luz, abro la caja de valium, dos pastillas caen a mi mano, y luego mi cuerpo se mete entre las sábanas. Esta vez camino en un parque, debo hallarla, no sé dónde estoy, se supone que en los sueños uno sabe dónde se encuentra y hace lo que le plazca, pero estoy perdido, camino hacia cualquier dirección, me encuentro con dos caminos, en uno hay pavimento mientras que en el otro la calle está pavimentada. Escojo el camino de piedras porque lo considero con mayor probabilidad de un encuentro amoroso, el camino me lleva a una Iglesia, ya me ubiqué, es Buenos Aires, es la Iglesia del Carmen. Entro. La gente sale de misa, la busco entre las cabezas, no la veo, observo el lugar, quizás está comulgando o confesando, pero no tengo éxito. Camino sin rumbo. Tomo un taxi y recorro la zona incluso entro a varios bares y a uno que otro café. Ya es de noche, el tiempo en los sueños pasa volando. De repente la veo, creo verla, va de espaldas, con una amiga, entran a un bar. Estoy a fuera del lugar, la veo que toma un Martini, tiene buen gusto, debo entrar antes de que alguien la intente seducir. Debería estar acompañado, sin embargo, recuerdo que es mi sueño, traeré a Germán, es un gran amigo del colegio secundario. Germán viene caminando, está bastante bien vestido trae una camisa nueva que debe ser cara y un jean muy bueno. Me miro, no me puedo quedar atrás. Rápidamente me cambio de ropa, un pantalón color natural, una camisa negra. No necesito más. Entramos al bar, pedimos un par de Blenders, vamos por las chicas. ¡Que el sueño no se acabe! No es ella, es igual de hermosa, pero no tiene el lunar, ni las pecas, le falta mucho para ser ella. Tanto me costó encontrarla como para desperdiciar mi sueño con alguien que no es. Salimos. Discuto con Germán, él ya había enganchado a una mina. Le digo que se quede que no me importa. Pero tras subir al subte, para buscarla una vez más, despierto.

Son las diez de la mañana, no me baño, me visto y salgo rumbo al trabajo. Tengo que reponer mis horas perdidas. Salgo un rato después, paso a comer algo, una ensalada, una milanga, le digo al mozo que café no, me podría quitar el sueño. Regreso a casa. Duermo, antes un valium. Ahora estoy en una boutique, ¿qué hago acá? Hay mucha gente, parece ser que hay descuentos, las chicas se pelean por la ropa marcada con cierta etiqueta. Ella está en la cola para pagar. Me acerco. Me paro a su lado y antes de que pudiera saber su nombre las mujeres que hacían la cola me empiezan a gritar: "a la fila", "que se forme", "sáquenlo" y un vendedor me invita a abandonar el lugar, me rehúso, la mujer de mis sueños me mira de una forma extraña, pero lo único que quiero es estar junto a ella. El vendedor llama a la policía, soy desalojado. Espero en el banco que está frente a la boutique, es un centro comercial.  No me hará daño comer un helado mientras la espero. Regreso con el helado y espero, no sale, pasa una hora, ¿por qué tarda tanto? Mi tiempo está contado. El efecto del valium se va. Las luces del centro comercial empiezan a deslumbrar, la luz martillea violentamente mis ojos, son las cortinas de mi cuarto que no cerré y dejan pasar los primeros rayos del sol, ella está ahí, en la tienda, no puedo correr, me cuesta mucho trabajo hallarla, estiro la mano, tomo otro valium, y regreso al centro comercial. Mi helado ha desaparecido, pero ella, finalmente,  sale por la puerta. Camina, sin compañía, la sigo, ella se da vuelta y apura el paso, entra a un café. Se sienta. Ordena. Le traen un capuchino. Me acerco, le pregunto si me puedo sentar, ella niega con la cabeza, le pido un momento, llama al mozo, le pide que me saque, le digo que soy cliente, me hace sentar a una mesa muy lejos. Salgo, ¿Porqué no puedo mandar en mis sueños?, Me escondo, la veo salir, abandona el centro comercial, aborda un taxi, hago lo mismo, le pido al taxista que siga a su colega, me cuestiona, le digo que es mi esposa y creo que me es infiel, el taxista me apoya, me da consejos, me ofrece esperar y por el doble de lo que marca el reloj “le rompe el orto a quien me hace cornudo”. Le digo que no es necesario, ella baja en una esquina, camina hasta un parque y  se sienta en un banco. Me acerco, dice que está armada que no me le acerque, le digo que voy en son de paz, que la admiro y que por ella mi vida ha cambiado y ya no sé hace cuantos sueños sueño que la sueño, le digo que la quiero conocer, me sonríe, nos conocemos, pero despierto. ¡No puede ser! Tomo otro valium. Regreso al parque, me pregunta que a dónde andaba, le digo que fui por un ramo de flores, ella las admira, las huele, se refleja en ellas, sonríe y me besa. Ya sabe que la deseo, ya sabe que la sueño, y me dice que necesita despertar pero que la busque mañana en ése mismo lugar. Despierto.

Hace algunos días que mis sueños me son ajenos. Por más de que trato no los puedo controlar. El tiempo, los espacios, las personas. Todo es muy confuso. Todo empezó en un sueño. Recuerdo que caminaba con mucha prisa, tenía que atravesar la ciudad, así que utilicé el subte. Cuando estaba a punto de subir, un rostro se plantó ante mí, me analizaba, estaba como perdido, su mirada lasciva se incrustó en mis ojos, trataba de pasar pero me lo impedía, al final, la gente que estaba detrás suyo lo empujó tanto que lo perdí de vista, también recuerdo que intentó reingresar al vagón, pero afortunadamente se fue. Al día siguiente soñé de lo más natural, el hombre que amo anónimamente vino a hacerme el amor, nos gozamos hasta que me desperté, aun con sudor en la piel, aun con sabor a sexo en la carne. Fui al estudio, tomé las fotos pendientes y regresé a casa, miré varias películas por la tele y dormí. Esta vez no soñé nada, aun estaba cansada de tanta irrealidad. Al día siguiente empezó la pesadilla, en mis sueños iba a bailar, con mi hermana y una amiga, yo estaba en el bar cuando ellas ingresaron, y besaba al hombre de los sueños cuando vi al tipo que me había mirado tanto en el subte, el tipo entró con un amigo, era mi sueño, él se estaba metiendo en mis territorios, analicé la situación, yo lo aborrezco, pero nuestros sueños se mezclan, él tiene el poder de encontrarme en sus sueños, así que yo puedo alejarlo de los míos. Decidí esconderme, y mientras él me buscaba yo me dejaba querer por una fantasía que por desgracia aun no encuentro en la realidad. El tipo se fue. Al día siguiente era completamente feliz, podía eliminar de mi sueño. En el trabajo sólo hubo un par de sesiones con modelos que hablaban de las rebajas en una boutique de modas del sur, no tengo idea de cómo afectó eso a mis sentidos pero esa noche me soñé en la tienda, la ropa estaba muy linda y casi regalada, compré un par de vestidos, un pantalón, dos sacos, tres minis, cuatro tangas y un camisón, no suelo hacer eso en la realidad, pero al fin y al cabo era un sueño. Cuando estaba formada en la caja, el tipo se plantó junto a mí, yo llamé al policía y lo sacaron, luego me siguió hasta un lugar que no recuerdo y pedí que lo echaran del lugar, el tipo me empezaba a divertir. Tomé un taxi, asumí que el individuo aquel no me soltaría el paso y en efecto, se subió a otro taxi que nos siguió, así que caminé a propósito hasta un parque que me agrada. Al final pensé que sería bueno dejarle beber un poco de mí antes de eliminarlo de mis sueños, dejé que estuviera a mi lado, contesté lo que él deseaba escuchar, y por un par de horas lo hice feliz, hasta lo besé. Lo cite para el sueño de hoy en el mismo parque.

Mar y Jorge tuvieron un día común y corriente. Mar tuvo tres sesiones para un comercial de bebés, Jorge tuvo que inventarse una novela para no confesar su pronta adicción a los somníferos. A ambos les urgía terminar o iniciar aquella historia, que para ser sinceros a ninguno dejaba en paz. Jorge acudió a su pastillita para encontrar a Mar en el parque. Era una tarde nublada. Él dejo su cuerpo al lado del deseo y ella sonrió. Caminaron alrededor del parque, quizá le dieron ocho o nueve vueltas, luego ella se invitó al departamento de Jorge. A éste le daba un poco vergüenza llevarla a su hogar, tal vez por el desorden, tal vez porque era una vivienda demasiado modesta, pero al final de cuentas recordó que estaba en sus sueños y su departamento fue decorado con el mejor gusto tan sólo en un abrir y cerrar de sueños. Entraron, él destapó uno de sus mejores vinos, escogió las más elegantes copas, prendió unas velas alrededor de infinitas rosas y cuando se percató que caía en el lugar común apagó las velas y dejó que la oscuridad hiciera su trabajo. No hablaron mucho. Ella le dijo que ya no sabía quién era que gobernaba aquel sueño, si él era el invitado o viceversa, pero, lo que sabía muy bien era lo que él deseaba. Él preguntó cuál era su deseo. Mar contestó que Jorge quería hacerle el amor hasta que la caja de valium se agotara, él se sorprendió pero le informó que estaba en lo cierto, que quería besar cada uno de sus poros, quería beber cada uno de sus orgasmos, quería pintar un lienzo con las gotas de su sudor, quería amarla, y cuando él trataba de hacer más larga la lista de sus deseos Mar lo interrumpió y le dijo que estaba bien, que si esos eran sus deseos los haría realidad, pero antes, Jorge tenía que saber algo: Mar estaba llena de veneno, así era en sus sueños y quién sabe si así era en la realidad. Su interior era veneno puro, veneno encendido, veneno enardecido. Mar amenazó que cada beso le quitaría fuerza, cada abrazó le desgarraría el alma, cada vez que fuera penetrada una parte de Jorge se quedaría en sus entrañas. Al escuchar aquello el hombre dejó de beber el vino para servirse cuerpo, agua, arena, y sol de Mar. La tomó en sus brazos, recorrió con sus labios cada uno de sus rincones, acarició su sexo como si fuera una lámpara mágica a la cual le pediría que ese momento fuera eterno. La desvistió, la gozó, trepó en sus colinas, escaló cada una de sus montañas, navegó por toda su sangre, y se embriagó con cada gota de veneno. Y, en efecto, Jorge cada vez se sentía mucho más débil. Mar debatía entre aniquilar a Jorge y entregarse a un sentimiento nunca antes encontrado, se sentía deseada, poseída, buscada, materializada, encontrada, extasiada, pero, a final de cuentas, cuando el Mar decide ser Mar no hay río que pueda unirse a sus aguas. La noche terminó. El veneno había sido eyaculado y una muerte se concebía.

A la mañana siguiente, el cuerpo de Jorge fue encontrado junto a una caja de valium, la autopsia no entendía muy bien si fue una sobredosis o una muerte por asfixia. Del otro lado de la ciudad, Mar despertó con un cansancio de siglos sobre su sexo, con vestigios de vino tinto en la boca y la sensación de que no volvería a ser molestada en sus sueños durante mucho tiempo, aunque los muertos suelen visitarnos en las pesadillas

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