Historias de Germania

LA YERRA

 

La yerra es “eso” que hacen en los establecimientos ganaderos en forma anual  y consiste en marcar, vacunar, capar y alguna otra cosa que haga falta con el ganado. Es normalmente todo un acontecimiento. Es como hacer la losa del techo de una casa. Llegaba gente de todos lados. Vecinos, amigos, no tan amigos, invitados e invitados de los invitados. Todos se juntan a comer, tomar, andar a caballo, caminar, juntar hongos, tratar de enlazar algún ternero “pa’joder”, hacer un fueguito, el asado y… hay 4 locos que laburan y hacen todo lo que hay que hacer con los 100-120 terneros a procesar. Bueno, tan, tan así no es. Hay algunos que meten mano. Seguramente molestan más de lo que aportan por su falta de conocimiento del tema, pero le dan algún descanso a alguno en ese duro trabajo.

La yerra es toda una fiesta de gente e interacción con la naturaleza. También es brutal y salvaje, sino, pregúntenle a los terneros. Entran como barítonos al corral y salen como unos “sopranos” espectaculares.

Ésta se lleva a cabo a fines de otoño o principio de invierno, es decir, durante los meses de mayo, junio y Julio, cuando el frío ayuda a evitar que las heridas de los terneros se agusanen.

Cuando yo era chico, la mayoría de los amigos de mi viejo, todos cercanos a las actividades rurales se iban  preparando para el día señalado. La noticia circulaba velozmente: “Había yerra en…” y más de uno, con el pretexto de ver algo “tradicional“, se colaba.

Me contaba un viejo paisano que mucho antes, los que participaban de esta fiesta con trabajo, llevaban una vistosa vestimenta. Era como si las “pilchas de lujo”, salieran a tomar el aire para ese encuentro. Ponchos de vicuña, chapeados de pura plata, calzoncillos con flecos, botas de potro bordadas en el empeine, lazos trenzados de veinticuatro, en fin, todo aquello de más rico, de más caro y más apreciado que existe en el paisano, entraba a desempeñar su rol en aquellos días.

La yerra comenzaba cuando se echaba  la hacienda al corral; se mataba en algunos lugares una vaquillona que se iba asando con cuero mientras duraba el encuentro.  Mientras tanto, las marcas, los hierros,  que indicarían luego la certeza de la propiedad del ganado, ya estaban candentes en el fuego, esperando ser usadas. Se designan los enlazadores y pialadores con que se ha de abrir la yerra y un  ¡vamos muchachos!, lanzado por el dueño del campo era la señal de que ha empezaba la tarea.

Varios enlazadores y pialadores luchaban siempre éxito contra el crecido número de animales que había que tender en el suelo. Cuando lograban su objetivo uno le pisaba el pescuezo, mientras los otros se apresuraban a maniatarlo perfectamente de patas y manos. En ese instante se presentaba el de la marca, y sin ninguna compasión, le aplicaba el hierro candente, y una vez señalado, el capador, de un saque nada más, le cortaba los huevos, que serían  comidos luego con fruición asados a las brasas. Creadilla le dicen a los huevos para darle un toque no tan “genital”.

Cumplimentadas estas cuestiones, de marca y capada, se soltaba al animal. El ternero, ya “novillo”, al verse libre, alzaba la cabeza; investigaba en todas direcciones con mirada vaga e indecisa y velada por la ira y el furor.

De pronto se levantaba, se sacudía y se lamía la parte dolorida, luego atropellaba la puerta del corral. Todos parecían respetar su dolor y el animal loco, ganaba el campo.

Lo que más me gustaba de la yerra no era precisamente el acto de la marcación y castración, si no el lujo y destreza que desplegaban los enlazadores y pialadores, los unos a caballo, los otros a pie, y el variado conjunto que presentaba la escena.

La ocasión era propicia para voltear “a la uña”, es decir, lograr echar y dominar al animal que saldrá embistiendo a toda velocidad, en busca de una salida. Allí se encontrará, de pronto, con un gaucho conocedor de las técnicas que, a manos limpias, sin lazo, se le aferrará con cuerpo y alma para lograr su cometido, ante el grito (sapukay) de los demás y el aplauso maravillado de los mirones.

Todo eso se desarrolla mientras el asado con cuero o a la estaca en algunos lugares, desparrama ese olor inconfundible y uno empieza a imaginar que será más sabroso que cualquier otro en el planeta. Sin embargo, para probarlo había que esperar el mediodía, cuando la yerra, que arrancó a horas muy tempranas, llegaba al final.

Siempre había un grupo en donde el mate, la guitarra y la ginebra ayudaban a pasar el tiempo. Algunas veces, también se jugaba a la taba.

La duración de la yerra, tenía relación directa con la cantidad de animales que se marcaban y castraban. Pero la fiesta que la rodeaba, terminaba únicamente cuando ya no había vino. Asado siempre sobraba, pero la bebida, volaba. Muchas veces, por la noche, la fiesta se prolongaba en algún boliche. Y a veces la cosa terminaba en alguna pelea a cuchillo. Pero esa es ya otra historia.  

 
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