Sobre el amor y otras ausencias

CHAU, CHAU ADIOS

 

12 de Mayo
Aeropuerto. Sostuve tu mano y luego, un poco más, tu mirada. Después avanzaste hacia la sala de espera. Ahí empezó la agonía, mientras observé cómo te alejabas.

 

14 de Mayo
El lugar común dice que siempre es más difícil para el que se queda que para quien se va. Es cierto. Me acosa la cercanía de los objetos que me traen tu recuerdo; hasta la rutina es una trampa insalvable. Todas las cosas que te pertenecen, todas las que alguna vez rozó el aire de tu falda, me tienen sitiado. Hoy tu cepillo de dientes estuvo a punto de provocarme una crisis nerviosa.

 

20 de Mayo
Ayer llegó una carta tuya. Lleva 36 horas sobre la mesa del comedor, cerrada, como un pequeño ataúd. He decidido no abrirla. ¿Qué estarás haciendo justo en este momento? Decidimos no fijar reglas, tal vez fue lo mejor, pero ahora me siento como un barco sin ancla, sin vela, sin viento.

 

24 de Mayo
Hoy decidí no invocarte sino una vez cada quince días. Nada más. Será la ceremonia de tu presencia ausente que te mantendrá próxima a mí. Ninguna comunicación. Tus cartas permanecerán cerradas. He desconectado el teléfono. En tanto más te extrañe más estarás conmigo.

 

27 de Mayo
No pude hacerlo. Un telegrama te desencadenó entera. La tentación es sal en la herida de mi angustia, pero debo resistir. Sólo quiero escuchar lo que tu recuerdo me susurra al oído.

 

11 de junio
Hoy se cumple el primer plazo de dos semanas. Apenas puedo creerlo. Ha sido una batalla terrible, devastadora. Sin embargo, la facilidad con que tu recuerdo convive conmigo me lo ha hecho posible.

 

25 junio
Una vez más logré no invocarte en estos quince días, no hablar contigo mentalmente, no pensarte. Pero tu recuerdo no ceja de tomar por asalto mis ratos muertos, mis sueños, mis noches. Comienzo a disfrutar su presencia.

 

Julio

No tengo idea cuánto tiempo haya pasado. Hoy tu recuerdo hizo el desayuno. Cocina muy bien y sus piernas son más bellas que las tuyas. De hecho me parece que tiene todas tus cualidades, pero mejoradas. Esta noche pienso comprobarlo. Por favor, no se te ocurra volver.

 

 

Sobre el amor y otras cosas no menos importantes

DESTINO

Una mirada pesimista de Eduardo Minervino

 

Esperaron con la fe tambaleante del enfermo terminal que sueña un remedio milagroso.
Salieron a las calles para proyectar largas miradas hacia el horizonte confundido entre las
inservibles líneas eléctricas entrecruzadas con las ramas de .los árboles secos y el
andamiaje de los cables telefónicos y la televisión fuera de servicio. No lograron, ni
entrecerrando los ojos, divisar la cercanía de los ausentes.

El Libro de las Desapariciones

 

La ciudad casi estaba desierta.

Los hombres jóvenes, los adultos hastiados, las mujeres que deseaban libertad, los viejos en búsqueda de empleo, las prostitutas establecidas y las que estaban en proceso de descubrirse como tales, los niños que odiaban a sus padres, los locos, los estudiantes, las actrices en potencia, los buenos jugadores de fútbol, los triunfadores que desearon ampliar el horizonte de dimensiones pueblerinas, y los fracasados que anhelaban otra oportunidad se alejaron de la ciudad convertida en lote baldío con premura inusitada. Los abandonos fueron constantes durante los años que se sucedieron al término de la década del 90. La gente se fue atraída por los letreros de neón. Buscaba las promesas ofrecidas por las fábricas, las nuevas urbanizaciones, el seguro médico, los vehículos deportivos, la educación, los estadios y los ídolos de las multitudes congregadas en otros ámbitos, para constituir poblaciones perpetuas donde se exaltaba a la alegría y los restaurantes impregnaban la noche de aromas exquisitos.

La ciudad no creció más. La hierba se adueñó de los terrenos descuidados; introdujo semillas y raíces en la tierra y se expandió por los rincones de las casas desiertas. El asfalto no escapó a sus intentos de seducción y pronto fue engalanado con manifestaciones verdes cada primavera, mientras las grietas ganaban espacio en las estructuras más sólidas.

Algunas estructuras de la calle principal se conservaron amarillas, al resistir un poco más que el resto de las viejas pinturas pronto descascaradas en los frentes de los edificios y en todos los rincones donde el polvo no fue capaz de protegerlas. La estación de servicio dejó de ser colorida ante el gris que la transformó sin remedio. Los ladrillos de la escuela comenzaron a caer y el hombre de la guardia cesó de ponerlos en su sitio cuando la dirección prohibió efectuar reparaciones inútiles.

Los niños ya no visitaron los juegos públicos. La rueda de la fortuna en miniatura fue llenándose de óxido hasta que se colapsaron las cadenas de las que pendían las sillas giratorias. Los sube y bajas se volvieron tan ocres como las láminas de los resbaladeros convertidas en trampas de bordes aguzados. Los pájaros se fueron al advertir que la fuente no tendría más agua fresca en las tardes calurosas que se incrementaron como si la soledad las convenciera de multiplicarse.

Las calles pavimentadas comenzaron a confundirse con las calles de arena. El muelle y los balnearios fueron lentamente derruidos por la acción marina. Ningún grupo de rock volvió a presentarse en la plaza principal y los niños dejaron de bailar en los atardeceres donde saboreaban helados, mientras los padres charlaban bajo la sombra de los pinos y las acacias.

El silencio creció tanto que ya no fue percibido con gusto por los que se quedaron. Los que anhelaron cambiar de aires y obstaculizados por una y mil razones distintas terminaron resignándose a permanecer en su tierra natal. Algunos establecieron nuevas empresas como si la ciudad necesitara fuentes de empleo.

La agencia de automóviles inauguró una fábrica de bloques junto al mar para aprovechar la arena que sobreabundaba.  Nunca consiguió recuperar sus inversiones. La fábrica quedó desierta, lo mismo que la mayoría de los comercios de la calle principal y la gente continuó marchándose.

Los sobrevivientes nunca se enteraron de la decisión que llevó a los dueños de los circos a borrar el nombre de la ciudad de sus visitas veraniegas. De pronto se suspendieron los desfiles. Los elefantes dejaron de acarrear delicadas trapecistas que parecían jinetes etéreos. Los payasos no volvieron a caminar con torpeza y enormes zapatos de tres colores. Los artistas desaparecieron de la 3 en el aire donde era común encontrar las llamas del hombre que comía carbones ardientes en sus ratos libres. El hombre fuerte no levantó más sus pesadas esferas y ningún discurso ya fue pronunciado en lugares públicos.

Un oficial de justicia terminó con el tránsito cotidiano de los ómnibus y remises.  Poco después vino clausura del aeródromo donde una avioneta fumigadora permaneció sin reclamar por sus propietarios durante más de veinte años. La ciudad también se quedó sin músicos cuando los integrantes del trío norteño que se presentaba noche a noche en la vieja cantina, fueron convencidos de acompañar a una cantante de mediana voz y trasero abundante en una gira que los llevó a conocer buena parte del país. Algunos de los que se fueron regresaban de vez en cuando a la ciudad, iban en busca de los padres, los amigos que no se atrevieron a moverse nunca o de las familias y las mujeres que esperaban con lealtad espartana los envíos de dinero que no siempre eran constantes. Algunas mujeres se marcharon llevando a los niños con ellas y pronto tuvieron que conseguirse un trabajo y olvidarse de los abuelos y de otros niños abandonados. Don Carlos estaba contento la tarde de agosto de 2017 en que, acompañado por su esposa y sus dos hijos, detuvo el automóvil frente al gris expendio de gas comprimido donde las moscas se deslizaban adormiladas por las vidrieras manchadas de polvo y de grasa. Los niños y la mujer descendieron sonrientes, antes de quedarse paralizados por la máquina inservible de refrescos calientes, las estanterías desiertas y el baño convertido en alcantarilla. Doña Emilia miró los rostros ensombrecidos y olvidó las vacaciones y el verano. La familia ya no quiso adentrarse por las calles imposibles rumbo a la plaza que no dejaba de ser gris. Don Carlos aceleró su marcha al contemplar el restaurante de la esquina con la pintura azul desvaneciéndose en escamas pertinaces, como la piel de un anciano transeúnte desdibujado por la luz vespertina. El automóvil produjo ruidos intensos y agudos, para sustituir la ausencia de los loros que ya se habían alejado de la plaza abandonada, y de los nidos ocultos entre los eucaliptos. El viejo de la piel de lagarto miró avanzar al automóvil con la misma indiferencia con la que había presenciado otras despedidas.

El otoño pareció llegar de pronto.

Los sobrevivientes se acostumbraron a pasar inadvertidos, dejaron de salir a pasear, interrumpieron las visitas, no hubo más fiestas infantiles, no se presentaron en los templos y echaron a los pastores que buscaban congregar rebaños desalentados. Se replegaron como los ejércitos hastiados del combate. Buscaron refugio del sol que descendía en llamaradas cada vez más fuertes y se convirtieron en ermitaños que no tenían tiempo de evocar las ensoñaciones perdidas. No se quejaron cuando la vieja radio de la ciudad interrumpió la transmisión del los programas habituales.

No supieron cuando fue que dejaron de mandarse saludos y canciones. Algunos ni siquiera se enteraron de la muerte  del locutor que conocía las vidas y anhelos de todos los vecinos. La radio se despidió en silencio y pronto fue seguida por la televisora que durante un par de años intentó mantener la señal por cable, antes de desistir por la falta de abonados. Por ese entonces, suspendió sus apariciones el periódico que tenía medio siglo de existencia.

La gente se olvidó de sintonizar las posibilidades de los medios de comunicación foráneos. A nadie le importaba conocer las hazañas de los héroes desconocidos, o los traspiés de la economía nacional. Las señales pasaron de largo y, al ser ignoradas, desaparecieron lo mismo que las oficinas de correos y telégrafos que permanecieron abiertas hasta la muerte del personal sindicalizado. Nunca llegaron los reemplazos. El aislamiento se volvió la norma que fue privando a la ciudad de los contactos con el exterior. Afuera, las guerras se volvieron cotidianas y la muerte se adueñó de las grandes capitales y los puntos estratégicos de los mapas militares hasta que la prosperidad se volvió imposible como los conjuros de los magos.

La soledad y el silencio expandieron sus ámbitos y algunos hombres ni siquiera notaron que la ciudad de los bosques y playas ya los aguardaba con paciencia infinita.

Los sobrevivientes salieron al escuchar el estruendo que provocó la caída de algunos árboles y el estallido de los transformadores eléctricos. Miraron en todas direcciones y no encontraron explicación alguna. Los recuerdos se manifestaron imprevisibles y los rostros de los ausentes se dibujaron con claridad inusitada, como si una legión de fantasmas regresara desde las profundidades del planeta. Los sobrevivientes entornaron los ojos y extendieron los brazos y encontraron sombras que no pudieron tocar. Las miradas coincidieron en el horizonte, más allá de las inservibles líneas eléctricas entrecruzadas con las ramas de los árboles secos y el andamiaje de los cables telefónicos y la televisión fuera de servicio. No lograron, ni entrecerrando los ojos, volver a percibir la cercanía de los ausentes.

La ciudad estaba desierta.

 

Sobre los primeros besos y amores no olvidados

RECUERDOS

Un cuento de Eduardo Minervino

 

“Permiso poeta,
aquí estamos nuevamente,
para ver si esta vez ganamos”-
me dicen mis camisas viejas, mis gastados jeans,
todos estos zapatos desabrochados por la luna.-
“Otra vez te traemos los recuerdos”.
Sin embargo, yo nada quería con mis antiguos habitantes,
ya que me tiraban raíces a los días y me detenían.

“Queremos que escribas tus memorias y nos incluyas” — insistían.
Entonces le mostré las líneas de mi mano
para decirles: “Ahí están mis memorias,
en cada camino y estrella que recorrí y miré con ella”.

 

Convivir con los recuerdos no es fácil. A veces, muy pocas, te dan instantes de felicidad. La mayoría del tiempo, se enseñorean con la soledad y son cómplices de la tristeza. Germán estaba acostumbrado a cohabitar con ellos, aún con los más tristes. Desde que salió del pequeño pueblo que lo vio nacer, Germania, ubicado en el noroeste de la provincia de Buenos Aires, cerca del límite con Santa Fe, se transformó en errante viajero con sus mochilas a cuesta. Una con la ropa y algunos objetos queridos. La otra con sus despedidas y soledades. Vivió algunos amores y muchos amoríos. En algún pueblo le pareció que empezaba a echar raíces, pero al poco tiempo, decidía seguir su peregrinaje. Lentamente se fue acercando al mar. Se sentía cómodo, lo vivía, como si hubiera sido parte de el. De viaje, y antes de llegar a su pueblo, quiso pasar algunos días en una playa. Así llegó a Villa Gesell.  Como siempre, apenas hubo dejado el equipaje en un hotel, salió a conocer el lugar. Lo hacía utilizando sus cinco sentidos. “Todo me importa en cada sitio – pensaba desde siempre – el paisaje se ve, se oye, se toca, se huele, se saborea ... Como la mujer ... Cuando todos los sentidos dicen si ... Se goza intensamente”.

Fue al bosque. Se confortó con el canto de los pájaros, reconoció decenas de árboles, tocó cientos de hojas, olió decenas de flores, metió en su boca los pétalos y descubrió otros sabores. Cuando se estaba acercando al Museo, se encontró con una persona. Recordó algo de la historia de la villa, y aprovechó para preguntarle por la casa de don Carlos Gesell. “Esta es una de ellas – le contestó mirando hacia  una pequeña, que estaba al lado de un viejo molino - La otra, la última, está un poco más allá – agregó señalando hacia el mar”. Le agradeció y se encaminó hacia la primera, hoy museo. Lo recorrió con tranquilidad, mirando cada uno de los objetos con interés. “Esta es mi vida – pensó – podría resumirse en un museo. De cosas, pocas y de recuerdos, muchos. Nada más. Parece mentira, después de tantos años, haga lo que haga, viva donde viva, ella siempre aparece. Y pasaron tantos años…” Cuando salió de allí, se dirigió al chalé recorriendo un camino breve, rodeado de añosa vegetación. Apenas lo tuvo ante sus ojos, sintió un raro escozor. “Yo estuve acá – pensó – a este lugar lo conozco”. Pudo entrar a la casa, hoy transformada en lugar histórico y sentir la energía que existía en el mismo. “No cabe duda que la fuerza del viejo, todavía está aquí. El hizo de la nada un lugar mágico... Quizás...” sacudió la cabeza y encaminó sus pasos hacia el mar.

Comenzó a caminar lentamente, mojando sus pies en el mar. Lo hacía sin rumbo, simplemente, lo hacía. De pronto sintió la necesidad de detenerse. En ese lugar preciso, lo invadió una sensación de plenitud. Hasta una leve sonrisa se dibujó en sus labios, acostumbrados a los rictus amargos. Sin saber exactamente por que, se sentó en la arena, de cara al mar. Entrecerró los ojos, dejó vagar libremente sus pensamientos y estos los llevaron a su viejo pueblo, a su adolescencia, al pueblo vecino donde vivía su primer amor. Y recordó muchos de los momentos vividos, los buenos y los malos. Claro que en los años de la adolescencia las alegrías superaban a las angustias. Pero hubo llantos en alguna despedida. Existieron en la salida de la niñez besos robados, claro… También soñados… Y los que más recordaba eran los anhelados. Pinto, Granada, Diego, Lincoln… Cada pueblo, en su tiempo, con sus besos, sus caricias, sus temores a vencer y los vencidos... La nostalgia lo invadió al recordarla. Quizás todo podría haber sido diferente sí no hubiera callado, si hubiera vuelto, si…  Intuyó que el lugar era especial, allí podría encontrar la respuesta que buscaba desde hacía  tanto tiempo.

De pronto, sintió una suave voz que le decía: “Lo notaste…. Solo lo hacen los elegidos. Estás en La Playa de los Milagros, el lugar en donde todo es posible. Lo que se piensa aquí, los sueños incumplidos se cumplen. Y a vos te pasará eso.  Por que vos elegiste la playa y esta también te eligió a vos”.

Abrió los ojos y vio a su lado a una mujer vestida con ropas que le llamaron la atención. Era morena, de cabellos muy largos. Una túnica blanca, muy larga, le otorgaba un raro aspecto. Cadenas con medallas pendían de su cuello. “¿Qué me está diciendo- dijo Germán- qué es eso de la Playa de los Milagros?”.

“Es solamente eso – dijo la mujer- solamente eso. Una playa, en la que se producen milagros. Pero no es para todos. Es solamente para los enamorados que viven detrás de un sueño. El que nunca han perdido”. “Entonces – dijo Germán – yo…” “Sí – dijo la mujer – si. Solamente deberás creer que es así. Y luchar por ese sueño. Más allá de las palabras. Con hechos concretos. Todo ahora depende de vos” – dijo y se desvaneció en el atardecer marino.

Germán no salía de su sombro. “Quizás… este sea el momento” – se dijo. Se quedó en la Playa de los Milagros hasta que entró la noche. Recordó un poema, que había leído mucho tiempo atrás:

 

Mientras viva
seguiré intentando
repoblar tu cabeza
con palabras precisas, con versos tiernos,
con retazos de sueños con orden y con recuerdos.

Mientras quede
un hilo de esperanza;
con la sangre en vilo,
serás mi empresa imposible, mi carta marcada,
mi razón con receta, mi Macondo.

Acepto ser,
si es preciso,
como el coronel Aureliano Buendía,
y emprender treinta y dos guerras civiles
y perderlas todas.

Pero teniendo la certeza que al final,

el recuerdo será presente.

 

Mientras viva;
porque no me resigno a los domingos
sin tus cosas,
porque albergo entre mis manos lo que realmente importa,
desubicado,
esperando el momento
de aire o de arena
para repoblar, sin ira, con cuidado,

 

Cuando volvió al hotel sacó su libreta de apuntes, arrancó una hoja y la arrojó al cesto de papeles. Allí había escrito un poema la noche anterior, mientras viajaba.

 

Llueve.
Le falta Norte a mi memoria
Suicidado de espantos
Hurgo este cementerio de papeles
Para inventar insomnios
O evocar inexistencias

 

Estaba seguro que todo era posible… Que el pasado lo es solamente cuando uno quiere que lo sea. Porque el pasado es solamente el presente enterrado. Será cuestión – se dijo – de volverlo a la superficie y transformarlo nuevamente en un hoy… Tan solo eso…

 

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