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CUENTITOS PARA EL TWITTER

Una muestra de la menuda capacidad literaria de Eduardo Minervino

Menos de 140 caracteres. Un ejemplo de que se puede decir nada en pocas palabras. El título no se cuenta eh.... Antes uno diferente.

Un cuentito sobre nosotros

 

Tierra de escritores

Contra lo habitual en otras latitudes, en este territorio generoso es posible trabajar sin horario fijo, mucho, poco o nada, sin que esto tenga graves repercusiones, fuera de ser etiquetado (en secreto y con absoluta discreción) como pelotudo o maniático obsesivo, según el caso y la intensidad; cultivar diversas personalidades sin ser considerado esquizofrénico y hasta sostener diálogos entre ellas, cambiar de sexo como de medias, rejuvenecer o volverse viejo a voluntad, adquirir forma de marciano, ostra, feromona o alguna deidad exótica. También es posible tener amores y aventuras sin reclamos, celos o consecuencias graves, viajar en el tiempo y el espacio, morir y resucitar, autoinmolarse, cual monje budista, y renacer de las cenizas, con la frescura de una flor de primavera, hacerse pequeño hasta desaparecer o caminar a trancos de planeta en planeta.
Lo mejor de todo es que queda constancia escrita de ello y nadie, absolutamente nadie, se preocupa por recomendarle algún medicamento o un siquiatra a su vecino. Esto es lo que llamo una tierra de libertad y oportunidades. ¿O será acaso una aceptación tácita y resignada, la institucionalización de aquello que dice: “cada loco con su tema”?

 

Cabeza

A nadie le extrañó que su exhibicionismo y su interés por las guillotinas le hicieran perder la cabeza.

 

Bruja

Con espanto vieron cómo renacía de las cenizas.

 

Crisis

Nos enamoramos definitivamente, cuando construíamos codo a codo la Torre de Babel...

 

Sorpresa

Se sacó los lentes para frotarse los ojos y volvió a chequear los resultados. El científico no esperaba encontrar vida.

 

Justicia

La serpiente desea el pájaro muerto en el camino. Las ruedas... ruedan hasta convertir el deseo en una línea gris que cruza el camino.

 

Tarea

-¿ Y el cuento alumno?-

- No lo traje señorita, porque lo escribí en el cielo, y al final se lo llevó el viento .

 

Ilusionista

Al descender el cajón se oyeron ruidos en su interior. Los deudos, reconociendo su pericia, le brindaron un conmovido y postrer aplauso.

 

Gold

Cuando los pensamientos se le volvieron de oro, murió de espantosos dolores de cabeza.

 

Método

No conforme con el daño que su canto causaba, esta sirena tendía redes de silencio para atrapar a los marineros sordos.

 

Mirada

–Te vi con mis propios ojos
–¿Con qué más podías haberme visto?
–Con el corazón; pero me es imposible: es ciego.

 

Lápiz

Cansado de crear historias que no son mías, pero que disminuyen mi vida, moriré pronto y seré reemplazado por otro como yo.

 

Detalle

La historia era descarnada, la muerte misma. El manuscrito estaba a su lado el día que lo exhumaron.

 

Encuentro

- ¿Por qué no te conocí antes? ¿Dónde habías estado, querida mía?
- Atravesando paredes, dulce amor.

 

Meta

Tres días lleva el cazador insomne persiguiendo al sueño. Al fin lo abate.
Ahora podré mirarlo de cerca, dice.
Pero exhausto, cae dormido

 

Espacio

Dado el primer paso, flotó y se deslizó en el vacío. El miedo lo sacudió: más de media vida en el espacio exterior, y esto era la muerte.

 

Ciclo

Surgido otra vez de entre las cenizas de sus cenizas, el ave fénix sacudió las alas antes de morir unos segundos.

 

Aprendizaje

Se habían profesado un amor tan grande que, tras la ruptura, ambos corazones debieron aprender a latir por separado.

 

Nuevamente

La muerte lo sorprendió con una bala: no pensaba que pudiera morirse más que lo que ya había muerto el año pasado.

 

Vocación

El poeta acabó su cuento y descubrió que podía recorrer, más mundos que con los poemas. Se metió en sus historias y desapareció.

 

Finalmente

Solo cuando Dios entro en el laberinto, perdió todas las dudas sobre su inexistencia

 

Espejo

Se disfrazó de fantasma, se miró en el espejo y no se encontró reflejado

 

Método

Puso un océano y una muralla de años eternos entre ambos. Era la única manera de volver a sus brazos.
 

CORTITOS Y AL PIE

Los de siempre, pero peores...

 

1989

Cae el muro. Se abre un futuro prometedor. Todo el mundo se muestra receptivo a conocerlo. Berlín se llena de modernos augures y sibilas dispuestos a hacer su agosto en noviembre. Una joven desenguanta el mapa de su vida y se lo ofrece a una gitana experta en desentrañar las rutas. “¿Viviré mucho?”, pregunta. “Hasta los 90”. La chica se cree afortunada, la gitana no le cobra la lectura.

 

Máquina del tiempo

Al llegar a su destino, encontró a sus hijos y tuvo la oportunidad conocer a nietos y bisnietos. Más tarde, cuando vio la tumba, preguntó cuándo había muerto. Con tristeza le informaron que nunca fue posible precisarlo. Veinte años atrás salió a perseguir un sueño y nunca volvió a ser visto

 

El ahorcado

En el momento preciso, la cuerda se tensó y emitió una vibración grave, semejante a un lamento perceptible solo para el oído entrenado, que marcaba el final de su ejecución. Momentos después, el público complacido rompía en vítores.

 

Apagón

La suerte estaba de su lado: la cena transcurrió a la inevitable luz de las velas. Lo que siguió después, no hubo forma de hacerlo de otra manera. Las consecuencias se sabrán más tarde.

 

Apocalipsis

A mitad de la lectura, las palabras jugaron como niños en las caracolas de su oído. Las luces se hicieron mortecinas y se instalaron el silencio y la oscuridad. Los ojos vieron sin ver y el alma dejó de tener sentido.

 

Trapecista

Ahora, mientras se arrastra penosamente en la silla de ruedas, piensa que quizás no fue una buena idea contratar como compañera de número a Olga “La manca”, pero era tan bella...

 

Desafinada

Allá a lo lejos se ve, contra el tajo del horizonte, la sombra de Santos Vega a lomo de su caballo. Ya no entona sus endechas, no se oye su rasgueo, triste anda las pampas, vencido. Juan Sin Ropa le ganó la vida en una payada de contrapunto.
—Ahora sé que era el Diablo —dice el payador al sol que va cayéndole a un lado—. Aquel día mi guitarra se dio cuenta, compadre, no la puedo culpar.

 

Sangre

Entre las sombras del callejón, su taconeo se te clava en la carne como agujas. En seguida, tu cuchillo le devuelve el trato, brilla en la oscuridad como ráfagas de jazz. Cuando todo acaba, te agachas para lamer una a una sus heridas. Su sangre tiene un azul intenso. No te extraña, te lo dice la experiencia: Cuanto más puta, más princesa.

 

PC

La creó, virtual y perfecta, a medida de sus deseos. Encerrada tras el cristal del monitor, le observaba con sus grandes ojos negros, su pelo moreno ondeando con suavidad por una brisa inexistente. Su piel de textura perfecta y su mirada cómplice, eran sólo cálculos y pulsos eléctricos, así como su sonrisa y sus gestos. Pero él hablaba y ella respondía, y sus palabras le daban siempre consuelo y ayuda. En ocasiones se miraban con ternura, y luego reían y seguían charlando. Cuando debía apagar la computadora, su corazón se llenaba de pena y el de ella de frío electrónico.

 

Síndrome

La ausencia de gestos atrae la atención de las personas con las que intento comunicarme. Por asunto personal y tras un laborioso trabajo interior, he conseguido desprenderme de los rasgos característicos que expresan algún tipo de emoción. Tan sólo el detalle del permanente crecimiento de mi nariz delata la tara psíquica de la que adolezco.

 

Deseos

Querían y lo hicieron. Ella quería y lo hicieron. Él quería y lo hicieron. Ella no quería, y lo hicieron. Él no quería, y lo hicieron. Hubieran querido, pero no lo hicieron. No lo hicieron. No lo hicieron. No lo hicieron. No lo hicieron. No lo hicieron. No lo hicieron. No lo hicieron. No lo hicieron. No lo hicieron. No lo hicieron. No lo hicieron. No lo hicieron. No lo hicieron. No lo hicieron. No lo hicieron. No lo hicieron. No lo hicieron. No lo hicieron. No lo hicieron. No lo hicieron. No lo hicieron. No lo hicieron. No lo hicieron. No lo hicieron. No lo hicieron. No lo hicieron. No lo hicieron. No lo hicieron. No lo hicieron. No lo hicieron. No lo hicieron. No lo hicieron. No lo hicieron. No lo hicieron. No lo hicieron. No lo hicieron. No lo hicieron. No lo hicieron.

 

Complejo

Freud llegó a casa a media mañana, había olvidado las notas para la conferencia. Encontró a su mujer en brazos del novio de su hija. Sus sentimientos respecto a la traición fueron subiendo de tono, después de asombrarse y sentirse consternado, al borde del paroxismo, llegó a la conclusión de que era un genio: su teoría sobre el complejo de Edipo era todo un éxito.

 

Finalmente

Besé sus labios, imaginando los tuyos.

Sentía su aliento, deseaba beber el tuyo.
Tenía su piel sobre la mía, anhelaba que fueras vos.

Oía gemidos, y revivía los nuestros.
Cuando todo acabó, quedé solo con tu ausencia.

 

Llovizna

La razón me implora a gritos que me aleje. Mas sentir que me recorre tu mirada morena, tu cálido abrazo y que mi cuerpo quede extasiado de tus labios, es todo lo que necesito. No hago caso a la razón y me sumerjo en el mar de tus ojos, en el volcán del deseo y en el éxtasis que me transporta al paraíso.

La lluvia caía lenta y silenciosamente. Podía verla gracias a la luz de las farolas, haciendo que la rambla luciera brillante y bella.

Seguí caminando sin rumbo, admirando la solitaria noche, haciendo lento mí paso.

El mar olía diferente y el raro calor, a iodo y brisa, a lluvia marina. Saboreé las gotas alzando el rostro hacia el cielo y no pude evitar sonreír mientras el agua resbalaba por mi cuerpo también, lenta, casi sensualmente.

No había viento, era una perfecta noche para estar, cerca tuyo, muy cerca, como la lluvia en mí, como la arena en el mar.

Tus ojos negros me penetraron, tu piel morena se tornó brillante, como la rambla en sí. Te amé, siempre lo he hecho, sin embargo sabía que iba a perderte, como la calle a la lluvia y mi corazón se partió.

Pero bajo esa lluvia y en ese momento eras mía, y cada vez que llueva así, yo te tendré, mientras cierre los ojos y pueda sentir en mi piel esa suave y tierna llovizna marina.

 

Psicologías

El pez detuvo su nado y observó al animalito que seguía con atención sus movimientos. Parpadeando insistentemente, lamiéndose las manos en un baño interminable; envuelto en ese ronroneo como de arena que se cierne, el gato no era el animal temible que los viejos caracterizaban para asustar a los pececillos. Es más, se decía el pescado, estoy seguro que si habláramos un mismo lenguaje, llegaríamos a ser buenos amigos.
Desde su monotonía al otro lado del cristal, el gato se preguntaba qué tanto pasaría por la cabeza del pez, que había dejado su nadar nervioso —que tan de malas lo ponía—. Tal vez tenía que ver con la recomendación de su psicólogo, quien afirmaba que para calmar sus instintos agresivos, no había mejor terapia que sumirse en el aburrimiento de ver a los peces nadar

 

Tántrico

El secreto estaba en inhalar justo en el momento anterior. Inhalar profundamente y dirigir toda su atención hacia otro punto de su cuerpo. Eligió la mano derecha. Se sintió fluir hacia ella, concentrarse en la palma, en los nudillos, en las falanges, estirar la piel dolorosamente y reventar por todos los poros. Los ojos y la boca se le abrieron en un alarido de placer. Vio el muñón en su brazo y la sangre escurriendo por la pared. Se alegró de la venda en los ojos de su compañera, quien entendió el grito y aumentó la intensidad de caricias y mordiscos. Otra vez. Ahora prefirió la pierna izquierda. De nuevo el irse, el juntarse, el expandirse, el hacer erupción; de nuevo la mezcla deliciosa de goce y tormento. Apretó a su amante con la zurda y decidió que lo mejor sería economizar en partes más pequeñas: una oreja, los dedos del otro pie, las nalgas, la rodilla, el cabello, la pantorrilla, el codo, las uñas... Cuando sólo le quedaban la cabeza casi lisa, el tronco y el brazo izquierdo, quiso aprovecharlo todo a la vez. Estalló con un último orgasmo monumental. Ella se quitó la venda para encontrarse cubierta de sangre y semen, respirando el tufo carnal y con el eco de un gemido retumbándole en los oídos.

 

Placer

Llevaba meses haciéndolo sin que nadie sospechara sus atrocidades. Los sábados entraba de noche en la capilla, descolgándose desde el tejado por unas vigas de madera, abría la puerta de la sacristía, y cambiaba el vino sacramental por vino de tetrabrik. Se arrodillaba en medio de la pequeña sala, rezando a dioses diferentes para que quitaran de aquel lugar toda la fuerza, toda la magia. El domingo por la mañana se sentaba en un banco a ver salir la gente de la iglesia, y sentía un placer cruel en la certeza de que les había condenado a todos al infierno.

 

Pilas

No me quedaban pilas de recambio, así que he bajado a un kiosco que hay cerca de mi casa, que abre hasta muy tarde. Allí me han explicado, muy amables, que por algún problema de suministro sólo tenían ahora pilas planas y unas pequeñas que se usan para los relojes y las calculadoras. A esas horas todas los demás kioscos de mi barrio estaban cerrados y no podía ir hasta el centro, donde siempre están abiertos. Así pues he vuelto a casa, y me he sentado a escribir este cuento, antes de que se me acaben del todo las

 

Maestro

Antón Chejov en una especie de consejo al cuentista principiante señalaba que de aparecer una escopeta en las primeras líneas de un relato ésta debía dispararse en algún momento más adelante. Probablemente escribiría eso en un cuarto sin ventanas, con la puerta con doble picaporte y saltando cada vez que sentía el más mínimo ruido, no fuera ser que alguien estuviera escribiendo, en ese mismo momento , una historia en que incluía una escopeta y su precavida persona.

 

Soledad

-¿Por qué llueve?- te pregunte aquella noche mientras miraba las gotas golpeando la ventana
-Por culpa de los desdichados que no saben llorar- contestaste desde el fondo de la habitación- A Dios le conmueve esa incapacidad, derrama sus lagrimas en sustitución de las de ellos.
Ha llovido durante las últimas tres noches, desde que te fuiste me ha sido imposible llorar.

 

Ida

Resucitaste de pronto tu sonrisa haciéndola estallar entre mis costillas, mientras me arrinconabas con los restos de un recuerdo. Yo sabía que eran deshechos sin soles ni lunas llenas, pero tu seno me tentó como una fruta colmada de rocío.

La radio decía no sé qué cosa de no sé qué guerra, puesto que todas las guerras se parecen y uno termina siempre por acostumbrarse a la muerte ajena; incluso a la propia, que nunca importa lo suficiente. Pretendí quitarme el cansancio de los huesos concediéndome la tregua de tu cuerpo.

En la dulzura de tu espalda bebí un pálido sollozo, algo como el descanso de una escalera. En tu mejilla se entretejía el silencio con la terrible insinuación de un afecto ya pasado que se empecinaba en retomar su historia. Prefería que dedicaras tu boca a mi sexo, como forma de entorpecerte el habla.

Por un momento miré el rectángulo de vidrio donde tus pececitos de colores paseaban su muda indolencia. Ellos navegaban como submarinos entre paredes transparentes. Pensé en nosotros entre paredes de cemento. Se me ocurrió que el universo era como esas muñecas que habitan una dentro de otra. Lo recuerdo bien porque me pediste que te hiciera un poema de amor y entonces mi espanto fue doble. Adoro los perros que no vienen a olisquearme, los paraguas que logran soportar el viento, las amantes que no necesitan ninguna prótesis para el corazón. Quise llorar porque me sentí triste, como un gato desheredado de sus ojos.

Anduve de múltiples maneras en tus cavidades, tratando de olvidarme del acento de los relojes. Pretendí disuadirte de tu sueño, de mi pesadilla.

-Dios me hizo más cercano a las ojeras que al amor -te dije.

Pero no entendiste nada; seguro que no entendiste porque continuaste insistiendo en que me amabas, en que necesitabas que yo te hiciera confesiones similares. Yo me negué a mentir para masturbarte el alma.

Cuando te tomé el pulso, latías como de costumbre; pero yo me fui, como si estuvieras muerta

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