Sobre el amor y otras cosas no menos importantes

RÍO DE OLVIDO EN EL MAR DE AUSENCIAS

Un cuento de Eduardo Minervino

 

Recordar cómo hace un instante
estabas sobre la cama,
con tus delgadas líneas abrazándome,
con tus ganas y tu pudor esperando
compartir el placer de estar unidos en uno.
Escuchar tu suave mirada de deseo,
tu infinita juventud
ofreciéndose a mis manos,
para sentirme tu ángel protector
y ser simultáneamente tu amante secreto.    
 

A veces son buenos los recuerdos. Te acarician el corazón. Otras te lo oprimen de tal manera que solo las lágrimas logran ahogar el dolor. De cualquier manera, ambos son buenos, ya que una vida sin recuerdos, es sin dudas tan solo un simulacro.

La noche del encuentro, seguramente será inolvidable para ambos. Todo fue simple. “Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos” dice Cortázar en La Maga. Y esa frase fue la que abrió, definitivamente las puertas blindadas con las que cada uno protegía su soledad y encerraba sus miedos.

“Nada fue fácil en mis últimos tiempos – dijo ella – demasiado sola con muchas responsabilidades”. “Muchas veces –agregó – llego hasta el salto de agua, ese que dio origen al nombre de mí pueblo y oigo ese sonido que jamás se interrumpe. Continuo  y manso. Jamás se rebela. Pero nunca deja de estar. Me da paz. Mucha paz. La que muchas veces no encuentro en otro lado”.

“Mi playa marina es diferente a la tuya – le dijo él -  La tuya es paz. La mía movimiento. La tuya armonía, suavidad. La mía impulsiva. Destructora. Pero tiene su magia. Hay un lugar donde todo es posible para los enamorados: La Playa de los Milagros. Allí, soñar lo que se quiere es vivir lo que se sueña.”

 

Imagino nuestras bocas abiertas,
fieras en acecho
hacia donde no hay cauce
ni lastre, ni nubes de prestigiosos oficios
que frenen el bálsamo de las palabras.
Allí donde la certeza se ahueca
y tensa la duda,
porque no todo se puede nombrar.
Porque no todo se puede callar
.

 

Germán había arribado a Villa Gesell como sobreviviente de muchos naufragios, y como estos, que llegan a la playa con el último aliento, el se encontraba esperando el amanecer, mientras en su interior, resonaba una oración profana: “Mar enséñame a olvidar el cielo que perdí. Las huellas que dejé no saben donde ir y aún estoy aquí, mirándome llorar. Mar antiguo y dulce mar, ayúdame a partir. No se donde, pero a una tierra donde habite el olvido”. Aunque íntimamente sabía que el olvido no alcanzaría para borrar la certeza que aún la amaba. Que los putos recuerdos lo harían recordar siempre que hay cosas que no se pueden callar.


La habitación, cuya ventana daba al mar,
podrá olvidar las pulcras sábanas,
la mullida almohada,
los delicados años de tu cuerpo
creciendo entre mis labios,
pero nunca negará nuestras palabras,
nuestros gemidos, nuestras quimeras.

 

Habían pasado un largo fin de semana en su casa frente al mar. Fue el encuentro esperado, el soñado. Tuvo la magia que los dos sabían que iba a tener. Ella, simplemente lo miró a los ojos y le dijo:" Esta vez será diferente, ya lo verás”. Cuando intentó poder música ella le dijo: “No lo hagas, quiero oír cada suspiro, hasta el menor ruido, que cada gemido de placer sea solo nuestro. Que nada nos perturbe. Que también se metan dentro de nosotros los maravillosos sonidos que producen un hombre y una mujer cuando hacen el amor. Es una música celestial. Será inolvidable”. Sin dejar de mirarse se quitaron la ropa. Al quedarse desnudos se  contemplaron con satisfacción. Él jamás olvidará ese momento: El cuerpo de ella era bello, perfecto. También reconoció el perfume de su piel. Era tan especial como su geografía.

Germán recuerda con los ojos cerrados: “Nos arrodillamos en la cama y frente a frente comenzamos a acariciarnos. Descubríamos cada centímetro de nuestros cuerpos sintiendo un intenso placer al hacerlo. Lo hacíamos sin prisa, en silencio. Se escuchaba únicamente nuestra respiración, que también lentamente se fue transformando en jadeo. Nuestros labios se buscaron y las lenguas se acariciaron. Era el momento justo. El esperado durante cientos de años. Hicimos el amor. Fue fundacional para los dos. Disfrutamos de todo. De las palabras apenas susurradas, de los suspiros, de los olores... El placer que experimenté fue intenso. Nunca había sentido a una mujer de esa manera.

-“Siempre esperé este momento - dijo ella - sabía que te iba a encontrar. Esto es el amor. Todo lo que sentí está dentro de mí. Como estuviste vos y quiero que así permanezca”.

 

Sé que tus ilusiones querrán creerme un sueño,
sé que tu cuerpo querrá recordarme,
y mis años, mis muchos años,
nunca se recuperarán de haberte imaginado,
de haberte poseído tanto.
 

En ningún momento hablaron del futuro. Solamente querían vivir el momento.

--“Quiero hacer el amor en la playa - dijo ella sonriendo - nunca lo hice”

Germán sigue recordando “Buscamos el abrigo cómplice de la vegetación que hay en el lugar, y nos quitamos totalmente la ropa. Me senté sobre la camisa y ella se subió a horcajadas de mis piernas. Y así, frente a frente sin dejar de mirarnos a los ojos, disfrutamos plenamente aun del más leve movimiento. Nuestras siluetas se dibujaban bajo la luz de la luna que en ese momento estaba justo sobre el mar. A nuestras voces se sumó en esta ocasión el ruido de las olas. Magia. Esa es la palabra: Magia.

Nos quedamos un buen rato allí, esperando el amanecer. Cuando finalmente el sol comenzó a verse en el horizonte marino, nos levantamos. El milagro de un nuevo día había comenzado”.

 

Con líneas desdibujadas
el lápiz de mis besos
dibujará siempre el contorno de tus fantasías,
donde oscilarán las sombras,
coloreando mi fondo con el tuyo,
creando un iris único, un horizonte vertical
en esa entrega total que somos tú y yo solos,
cuando nos miramos, cuando nos gozamos,
cuando nos amamos sin pudores falsos.
Permíteme tomarte, estrecharte, tenerte,
tocarte, poseerte, gozarte, derramarte,
con amor y con locura,
...sedante amor mío.

 

Hoy Germán estaba solo. Y Recordó el porque de su permanencia en la villa. Desde que salió del pequeño pueblo que lo vio nacer, en el noroeste de la provincia de Buenos Aires, cerca del límite con Santa Fe, se transformó en errante viajero con sus mochilas a cuesta. Una con la ropa y algunos objetos queridos. La otra con sus despedidas y soledades. Vivió algunos amores y muchos amoríos. En algún pueblo le pareció que empezaba a echar raíces, pero al poco tiempo, decidía seguir su peregrinaje. Lentamente se fue acercando al mar. Se sentía cómodo, lo vivía, como si hubiera sido parte de el. Estando en España, un día sintió el irrefrenable deseo de volver a la Argentina. Lo hizo, y antes de llegar a su pueblo, ubicado a 700 kilómetros del Atlántico, quiso pasar algunos días en una playa. Así llegó a Villa Gesell.  Como siempre, apenas hubo dejado el equipaje en un hotel, salió a conocer el lugar. Lo hacía utilizando sus cinco sentidos. “ Todo me importa en cada sitio – pensaba desde siempre – el paisaje se ve, se oye, se toca, se huele, se saborea ... Como la mujer ... Cuando todos los sentidos dicen si ... Se goza intensamente”.

Fue al bosque. Se confortó con el canto de los pájaros, reconoció decenas de árboles, tocó cientos de hojas, olió decenas de flores, tuvo en su boca sus pétalos y descubrió otros sabores.


Aquella tarde quise que fuera al revés,
eras tu la que invitaba
a lo erógeno de tus zonas aledañas;
¡Había desiertos allá,
y en el Océano de tu cuerpo
ignoramos el dolor vacío y roto
supliéndolo por tanto deseo aplazado!

 

Todas las noches del fin de semana cenaron en la casa de Germán El vivía solo desde que se había separado. La ventana del comedor daba a la playa. Frente a ella, solían hablar del amor, de los desafíos que este solía plantear: “No hay manera de no arriesgarse a perder. No hay manera de resistir su poder. No hay manera de no entregarse al abrazo. Aunque duela algún fracaso y haya miedo o dolor. Hay que amar. Y saber volar” decía mirándola a los ojos.


Te invito a beber hasta embriagarnos juntos,
pero nosotros seremos la bebida,
Quiero que calmes tu sed en mi cuerpo,
en mi músculo más vulnerable. 
Yo seguiré tus señas
para bajar a esa copa
de sombras y de fantasías.
Practicaremos para estar invertidos suavemente,
para que esa lengua siga recorriéndome
con placer desmedido

 

Cada salida de sol en el horizonte marino traía a su mente el estremecimiento del amor fundacional, del sexo vivido en plenitud. “Nunca amé así en mi vida” – le dijo ella esa vez, en el preciso momento en que el sol comenzaba a asomar en el horizonte marino. – El sonido de las olas crearon la canción más hermosa que escuché en mí vida”. Y apoyando su busto desnudo en el desnudo pecho de Germán agregó: “Nunca jamás olvidaré este momento “.

“Me siento barco de papel en nuestras mareas y llego hasta tus ojos para ahogarme de color, de luz, de sol – le contestó el – Todo es diferente. Esto es el amor. Nada más que el amor. Sin palabras de más..... Solo el amor” Al amanecer, se vistieron lentamente y abrazados, se quedaron mirando el mar por un par de horas. En silencio... No necesitaban hablar más ese día. Todo estaba dicho y hecho. “Nos recreamos en la magia del silencio. Cantamos en el, inventamos melodías, dejamos que vuele nuestro corazón viajero.... Somos libres en el para querernos de la manera que soñamos hacerlo – le dijo ella – Con vos ya no soy la soledad y el desconsuelo” agregó. 


Que la lava solo conozca el descenso
bajando al valle del placer,
un horizonte abierto estará ahí presente;
extremidades de pájaro por invitación mutua.
Un orgásmico haz de luz hará el sol
al pasar por el autorrelieve de la sensación recíproca.
Podremos despertar sorprendidos
pero estaremos con mucha más sed que ayer.
Que ese tronco y ese pétalo
sean un sustantivo indefinido exponencial,
¿Qué más podría pedirte?
Solo otro dulce y el postre
de tu cuerpo por invitación.
¿Querrás mañana besar las palmas de mis manos,
pliegues, codos y articulaciones otra vez?
Tan bello tu sexo que se complementa;
que se atreve a desafiar toda poesía.
Me intentan convencer de que lo que no duele,
lo que no nace desde dentro, lo que no alimenta,
irremediablemente sucumbirá,
¡Y yo no soy aquí, quien para descifrarlo,
mucho menos asumirlo!
Yo, esta mañana, te confieso algo...

Solo quiero sucumbir a tu aliento,
a tus besos y al inextinguible sentido
que irradia del centro de los dos,
al estar enlazados, unidos, complementados
.  
 

Germán seguía caminando con tristeza por la vereda del tiempo. Siempre en silencio. Los geselinos estaban acostumbrados a su paso. Ninguno le decía nada, pero todos sabían de su gran amor. Y lo respetaban. A los solitarios que aman siempre se los debe respetar.

“Cuando no estemos juntos – le dijo ella, como un anticipo-  estarás en mi mirada.... Yo con ella te estaré buscando. Bastará con ella...”

La última noche que hicieron el amor  le dijo mientras lo miraba profundamente:

“Cambiemos los relojes como recuerdo de estos,  nuestros días”.  

En ese amanecer solitario Germán pensaba “Debo reclamarte que tu reloj atrasa y me lleva a tu sonrisa. Luego se adelanta y me deja en el vacío de la partida. No encuentro la forma de cambiar al fecha en Viernes detenida. Que le has hecho al tiempo que no puedo despertar hacia la vida.”

Cada noche, después de cenar, Germán se sentaba frente a la ventana. Mientras tomaba un Blenders, se castigaba con su soledad. No pensaba en el por que. Simplemente en el que. Un mañana,  cuando despertó, ella ya no estaba a su lado.  “Una manera de decir adiós es no decirlo” -se dijo- Entonces comenzaron  a llegar los silencios y se fueron sentando a su mesa, lo acompañaban  a la cama y se recostaba en su hombro. Aún no memorizo tu frío en mi cama... Nunca lo haré- se decía antes de dormir “.

Desde que ella se fue,  una mañana empezó a darse cuenta que a su ropa le cambió el olor. Ya no estaba su perfume. Su ropa tenía olor a tristeza. A encierro. A soledad.

“Mi playa es diferente a la tuya – le decía ella -. La tuya es fuerza, olas, viento. La mía movimiento suave. Aguas cantarinas. Un salto que atrae. La tuya gaviotas. La mía risas”.

 

Te propongo algo,
quiero que se olviden reglas,
prejuicios y tabúes de los tiempos.
Te invito a la orgía de la comprensión,
a la salvación que creías imposible.
Que nuestros sentidos
sean maleducados pero sensuales,
que ondulen y perviertan;
que den y quiten obsequiando,
que suban y bajen,
que entren y salgan,
para que vuelvan a renacer los deseos.
Aprovechemos cada quién de cada cual;
complementemos al placer y a la mirada,
pero inexorablemente uno dentro del otro,
salvajemente juntos.

 

Esa noche, bajó a la Playa de los Milagros. Sabía que lo que se pide en ella, inexorablemente se cumple. Caminó durante varios minutos rumbo a la Casa de Don Carlos. Se sentó en el alto médano que la protege. Luego desandó el camino. Su pedido quedó en su corazón.  Lo hizo justo en el preciso momento que la luna, en cuarto creciente, logró filtrar por primera vez, su tenue luz tras las nubes.  Lentamente se dirigió a su casa. La luz del dormitorio,   se filtraba por la ventana, que había dejado entreabierta. La cerró y se dirigió al bar. Se sirvió lentamente su Blenders, seco. Comenzó a beber en silencio. No música, no radio. Tenía muchas heridas en su vida. Pero esta, parecía que no iba a cicatrizar más. Sangraba aún, a pesar del tiempo. “Es le piel que ya no aguanta más desengaños”- se dijo.

Antes de ir a dormir, encendió la PC. Revisó su correo y entonces, sus ojos descubrieron un mensaje que se destacaba del resto. El título era “A tu playa”.

Tenía simplemente dos líneas: “Desde mi playa con aguas cantarinas y salto musical, hasta tu playa con gaviotas y viento. Desde mis noches hasta tus días, una mirada... y un beso. El de bienvenida. Nunca me fui, pero igual vuelvo a vos”. Se sirvió otro Blenders. Encendió un Benson. Apagó la PC y las luces. La noche se había vuelto muy oscura. Era un presagio. 

 

LA MÚSICA TEJADA GÓMEZ, CANTORAL, ISELLA. ERNESTO CARDENAL

 
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