• Sobre el amor y otras cosas no menos importantes

    TAN SOLO UN REENCUENTRO

    Una historia de Eduardo Minervino

     

    Mierda

    Gastamos las palabras
    como si fuéramos capaces
    de expresarlas con la fuerza del trueno.

    En alardes plagados de melancolía,
    atestiguamos el paso de los años
    y la memoria se llevó los instantes dolorosos.

    Nos empeñamos en romper los parapetos,
    donde la modorra permanece escondida
    como promesa que no se cumple
    ni otorga esperanzas a los que dejamos el sueño.

    A los que nos extraviamos por la noche
    y gastamos las palabras transformadas en gritos,
    como si pudiéramos conmover a las putas
    que atestiguaron andanzas por la calle
    de las alegrías imposibles

    y las luces tenues,
    bajo la lluvia pertinaz del invierno.

    No gritamos demasiado fuerte
    en el instante en que debimos hacerlo.

    Junto a una cerveza bien fría,
    hablamos de política, de inflación
    y esquemas mercantiles.

    Analizamos el paso de los años
    y los años
    devoraron los buenos propósitos;
    la charla inagotable,
    pronunciada en voz cada vez más baja.

    El país era una mierda
    y nos arrastró a todos sin sentido.

    La lluvia se llevó el sabor de la resaca
    al sitio donde las sombras

    se manifiestan salobres.

    El amor desapareció amargo entre la noche.

    Las manos siguieron añorando
    el tacto dulce del durazno
    y la mirada conspicua del pasado,
    donde la realidad era tan amplia,
    como el sueño inmortal
    de un dios indestructible.

     

    ¿Cuántos años pasaron? ¿Tantos?... No te voy a decir que parece que fue ayer, pero en realidad me acuerdo de tantas cosas que hicimos que... Ya se, no digas nada... te entiendo... Parece que no, pero en realidad, los años pasaron. Si, ya se, vos no sos la misma ni yo soy el mismo, es cierto. Pero por algo estamos ahora acá ¿O es pura casualidad? Podríamos decir como Fray Luís de León: “Como decíamos ayer”. ¿Te acordás? A estas palabras las pronunció cuando volvió a sus cátedras en la Universidad de Salamanca, después de casi cinco años de cárcel sufridos por mandato de la temible Inquisición española. La reflexión, querida, es inevitable: se puede volver de las acusaciones y la humillación sin odios ni rencores, reconocer nuestra falibilidad humana y partir desde hoy sólo vivir el presente mirando al futuro. Es un buen ejemplo, ¿No te parece? Dejame que te lea parte de un poema. Es de Rafael Pombo. Me gusta y viene al caso:

     

    “Como Fray Luís tras de su largo encierro
    «Decíamos ayer...» también digamos.
    ¿Han pasado años? En la cuenta hay yerro,
    O nosotros con ellos no pasamos.

    Donde ayer lo dejamos, dulce dueño.
    Recomencemos. Recogiendo amantes.
    Los rotos hilos del antiguo sueño.
    Sigamos arrullándolo como antes.

    Respetuosa apartemos la mirada
    de tumbas que haya entre partida y vuelta.
    Y si hubiere una lágrima ya helada
    ruede al calor del corazón disuelta.

     

    ¡No es tarde, es tiempo! Olvida la ígnea huella
    que al arador pesar cruzó en frente.
    Para mis ojos tú siempre eres bella
    yo para ti soy llama siempre ardiente:

     

    Mírame en estos ojos que tu imagen,
    extáticos copiaron tantas veces.
    Allí estás tú, sin lágrimas que te ajen
    ni tiempo que interponga sus dobleces.

    Búscame sólo allí, que yo entretanto
    en los tiernos abismos de tus ojos
    torno a encontrar mi disipado encanto,
    la juventud que te ofrendé de hinojos

     

    Escúchate a ti misma entre el concento
    de aquella fiesta universal de amores,
    cuando nos coronaba el firmamento
    ciñéndonos de púrpura y de flores.

    Esas flores murieron. Pero ¿has muerto
    tú, fragancia inmortal del alma mía?
    Años y años pasaron. Pero ¿es cierto
    o es visión que existimos todavía?

    Juntos aquí como esa tarde estamos,
    y el mismo cielo es ara suntuosa
    de aquel amor que entonces nos juramos”.

     

    Si, a eso también lo entiendo: La vida no es solo poesía: Pero, vos lo sabés, por que lo hemos hablado en otra oportunidad. Para los poetas, la vida si es poesía. O lo que es mejor, en cada poesía ponen su vida. Yo tengo mí parte de loco y de poeta. Y en todo lo que hago pongo mí vida. La juego, si hay que jugarla... Sonreís, claro... te acordás seguramente de algunos pequeños vicios que compartíamos con Osvaldo. Y si, nos gustaban las carreras. Y la pasábamos bien. Pero ese no es el caso ahora.  Yo hablo de algo más profundo. La vida no se juega en el Paddock. En cada decisión que tomamos nos jugamos la vida, aunque parezca que no. Y cuando vos llamaste, para encontrarnos después de tanto tiempo, yo estaba seguro que estabas haciendo eso. Y entonces no dudé. Decidí tirar todo a la mierda. Cuando digo todo me refiero a... Vos entendés... Estoy separado hace más de diez años... Y... me gustan las mujeres. Y si, tengo una agenda importante. Pero cuando vos me llamaste te decía, ninguna tuvo razón para estar en ella.  Fue muy fácil tomar esa decisión. Si yo te esperé... ¿Cuántos años dijimos?... Ah, no dijimos nada... Dejame que piense... Por lo menos 32... ¡Que pendejos que éramos eh! ¡Y que felices también! Creo que durante casi cuatro años estuvimos juntos todos los fines de semana. Y varios días más. Y siempre hacíamos el amor ¡Estábamos  bastante avanzados para la época! Éramos muy libres. ¿Y ahora por qué no podemos serlo?

    Humo... No me parece un argumento válido, no... Ese tampoco... Mirá... Vivimos “presos” durante...diríamos ¿20 al menos de esos 32 años? ¿Y te parece que ahora que nos encontramos tenemos que  seguir igual? Amor... Llegó la hora de volar... La edad no importa... volemos, como alguna vez habrán volado nuestros sueños. Por que yo te soñé muchas veces... ¿Vos también?... ¿Entonces? ¿Miedo?.... ¿Me querés explicar a qué le tenés miedo?... yo no lo veo así, claro... Pero... dejemos de hablar ahora. Vení... acercate... dejame que te abrace... Ya estás por irte... y van a pasar varios días antes que vuelvas. Quiero que sepas que todo lo que viví estos días será imborrable. ¿Por qué lo digo?... No lo se... ¿Qué te suena a despedida? No es por mí... Yo jamás te dejaría ir... Te parece tan solo... es un ataque de nostalgia preventivo. Dale... Se hace la hora... te acompaño a la Terminal...

     

    Final

    La soledad me pide que nos sentemos a la mesa
    y brindemos por toda esta vida juntos.
    Que ya es hora que nos empecemos a tutear
    como viejos compañeros de noches e insomnios.
    No vaya a ser cosa que me visite la muerte

    por estos días
    y que ni siquiera nos hayamos presentado

    como dos caballeros.

     

    Divagaciones cuasi literarias

    NADA

    Algo de Eduardo Minervino

     

    Nevaba. La mitad del paisaje urbano que no era blanca, presentaba esos tonos oscuros y apagados que sólo revela el blanco de la nieve. Tenía que atravesar la plaza, que se extendía ante él como una página impoluta. Hacía ese frío tierno y calmado de cuando nieva.

    No llevaba paraguas, pero tampoco importaba mucho. Bastaría con que se sacudiese los copos de los hombros al llegar a cubierto. Se decidió y empezó a caminar, hollando el centro de la plaza, acompañado por el leve crujido de la nieve pisoteada. Lo más probable era que estuviese cerrado, pero aún así tenía que pasar por la librería, tenía que comprobar si aún tenían el libro. Y si lo tenían, sabía que acabaría por comprarlo.

    Demasiado enfático, y demasiado descriptivo. El cuento no le estaba saliendo como él pretendía. La plaza nevada era un buen escenario, pero no había sabido transmitir esa sensación de placidez que podría contrastar con los terribles acontecimientos que se avecinaban. Dejó caer el bolígrafo y estiró los brazos.

    Estaba cansado y hacía calor. La noche, casi sofocante, presagiaba el próximo verano, con esas horas de insomnio dando vueltas y vueltas en la cama, sin poder encontrar el sueño. Por la ventana abierta entraba una música dulzona, una de sus canciones favoritas. La había bailado con Alicia más de una vez. Claro que de eso hacía ya mucho. Por aquel entonces, ella aún creía en él. Incluso él mismo creía, y esperaba poder escribir por fin su obra maestra. Sólo necesitaba acabar de redondear uno o dos personajes. En cuanto lo lograse, empezaría a escribir, y llenaría de un tirón páginas y páginas con una novela genial.

    No sabía entonces que para poder terminar algo, antes hay que empezarlo. Aunque no se tengan todos los detalles resueltos. La inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando, había dicho Picasso. Una frase que evidentemente, podía aplicarse a Picasso, pero no a un genio como él. Pasaron las semanas y los meses, y las ideas no querían venir, y Alicia acabó por hartarse. Al principio no le dio importancia, un capricho más, se dijo. Pero al ir pasando el tiempo, se hizo evidente que las cosas no cambiarían mientras no cambiase él.

    Las reclamaciones para que pagase el alquiler eran cada vez más desagradables. Al final, en contra de sus convicciones, tuvo que comprometerse a entregar algunos cuentos a su editor, a cambio de un anticipo. Aquel que estaba escribiendo era el primero. Pero, ¿cómo seguir?

    Bueno, esta historia es bastante mala. Una vez más, el socorrido tema del escritor que no puede escribir, el pánico a la hoja en blanco, etcétera. ¿Cómo es que nadie escribe sobre los cocineros que no pueden cocinar? ¿Acaso no puede existir el pánico ante el plato en blanco, el plato vacío, en el que hay que poner algo a la hora de comer? Caprichos de consentidos, eso es lo que son esas manías. Si uno quiere escribir, que se ponga y escriba, qué carajo.

    Me parece que me he equivocado al comprarme este libro en la Terminal. Yo buscaba algo más absorbente, algo que me distrajese. Ya tengo bastantes preocupaciones; la reunión de mañana es importante, y me va a hacer falta estar despejado. Y eso quiere decir dormir bien, sin angustiarme. Para lo cual es preciso poder desconectar.

    Una novela no me habría servido. Muchas son demasiado lentas. Necesitas tragarte capítulos y capítulos antes de meterte en el ambiente, y que empiece a pasar algo interesante. Y a mí no me gusta que me tengan esperando durante 20 o 30 páginas. En cambio, hay otras que te capturan enseguida. Pero una de esas tampoco me conviene. No quiero arriesgarme a estar pendiente del desenlace, a quedarme esta noche hasta las tantas para acabarla.

    Por eso elegí este libro de cuentos. Pero como los demás sean tan malos como éste, no me va a quedar más remedio que reconocer que me he equivocado.

    Cajas chinas. Eso es lo primero que se piensa al leer un cuento como éste. Una historia dentro de una historia. No es un recurso nuevo, ni siquiera es un recurso poco usual. Al contrario, es un clásico. Si hay que dar nombres, ahí van dos, bien distintos por cierto: Kipling y Mark Twain. Sin olvidar a Borges, naturalmente y mucho menos a Germán Delgado.

    Pero un recurso como éste es solamente una estructura. Y las estructuras deben tener contenido para ser interesantes. Un soneto sin contenido no es una obra de arte, sino un diagrama. Y ahí es donde falla este cuento. Se insinúan ciertas historias, más o menos manidas, pero no se llegan a desarrollar. Por más que la trama sea previsible, no se entiende qué persigue el autor al dejarlas truncadas.

    Este cuento pertenece a esa clase de narraciones en las que no ocurre nada. Y hay que tener verdadero talento para que un relato así resulte bueno. La mayoría no suelen ser más que ejercicios de autocomplacencia de autores demasiado pagados de sí mismos. Ese tipo de cosas están fuera de lugar en un género como el cuento. Casi se las podría calificar de "escombros de novela".

    Por ahora, ya está bien. Luego acabaré la crítica. Ahora tendría que salir, quiero llegar a la librería. Ya veo que el tiempo no mejora: está nevando. Tendré que atravesar la plaza cubierta de blanco. Y seguramente acabaré por comprarme el libro.

  • ATRÁS   ADELANTE