La crisis del radicalismo

EL PARTIDO ESTÁ PARTIDO

 

“Creo que sé mirar, si es que algo sé;

y que todo mirar rezuma falsedad...,

pero si de antemano se prevé la probable falsedad,

mirar se vuelve posible”. 

 

JULIO CORTÁZAR.
Las Babas del Diablo

 

En el Discurso de Parque Norte, una especie de refundación partidaria. Alfonsín se pronunció a favor de una "ética de la solidaridad". Sin embargo, su intento por darle un contenido específico a ese concepto, resultó poco convincente. En cambio, en el mismo lugar donde se pronuncia la palabra Ética, es posible percibir una trama desautorizadora. Se trata de desmontar las subjetividades y relatos que, en el pasado inmediato, caracterizaron las luchas sociales del país. El alfonsinismo quería decir que ellas no eran "dueñas del sentido". 

¡Salchichones! ¡salchichones! pedía la soldadesca del Emperador. Es una de las tantas imágenes con la que Marx sirve a su idea de bonapartismo, en el 18 Brumario. Toda la sociedad francesa, quiere decir, estaba presa de la representación de actitudes que no correspondían a la situación objetiva de nadie. Los fantoches anacrónicos encubrían el drama del presente. Los afiladores de cuchillos hablaban en nombre de los proletarios en cualquier Boulevard. Salchichones, pues, para una burocracia estatal que teatralizaba la vida social poniendo una aventura bufa y prostibular por encima de las divisiones sociales.

Ahora bien, es preciso decir ya mismo que no nos vamos a referir al radicalismo como quien procede a realizar cómodas substituciones en los lugares ya aplanados por este análisis clásico. Aun si fuese verdad que el bonapartismo alborotaba la plaza pública ofreciendo esos chacinados a la gula de los irresponsables, no vemos la metáfora de los salchichones imperiales transmutándose en esta otra: ¡Ética! ¡Ética! pedían esos absortos ciudadanos argentinos al presidente que los había sacado de los hedonismos sociales, uniéndolos a todos alrededor del imperativo cívico, del acuerdo categórico con los textos sagrados de la moral pública y del estado de derecho.

No, esta escena no existe. ¿Por qué razón habríamos de escribir el parágrafo anterior? Sería injusto transferir la sátira, el pintoresquismo y la animosidad con la que quedó hecho el retrato de Bonaparte III, a un caso donde por otra parte las piezas del "tableau grotesque", trazado por Marx no coinciden. Puede decirse como humorada, cuanto más, que antes de ser golpista, Bonaparte III era republicano. Su ascenso a la escena se había realizado –en 1848– en nombre de la república perdida. Apenas eso. Esa pérdida había acontecido, para los republicanos franceses del 48, cuando la primera república naufraga en el aventurerismo militarista de cónsules y enviados de la fortuna, poco antes del inicio del siglo 19. También aquí, 50 años habían pasado.

La ética no es como las salchichas. Si algo simbolizan estas dos palabras, a la ética le está reservado el mundo de las reglas, de las formas que limitan al impulso ciego, de los grandes esquemas de conocimiento capaces de contemplar un ciclo histórico desde las normas genéricas de convivencia y no desde la fiambrería del espíritu, donde cada goloso sólo sabría darle legitimidad a los "demonios facciosos" de su voluntad.

Toda la historia del pensamiento ético está cruzada por irresolubles dilemas. El imperio de la ética precisa de acciones constantes para ser mantenido. Esas acciones pueden estar simplemente guiadas por una norma de eficacia. Por eso, en el empeño de mantener valores superiores, pueden realizarse actos eficaces pero que acaban siendo ajenos a esos valores. La mitad de las éticas conocidas parte de la justificación de esta disparidad entre fines y medios, ya sea para hacer una apología de la "manifestación concreta del poder" evitando la ilusión de una abstracción moral que puede conducir a males mayores (Maquiavelo). O bien para introducir cálculos sobre el resultado futuro de ciertas acciones, que podrían no cometerse si el balance entre lo que satisfacen grupalmente ahora y lo que destruirían socialmente después, se mostrara desfavorable. (Max Weber).La otra mitad de los éticos, parte de la existencia de la regla, como funcional y desacralizado oráculo de las sociedades. Dada la presencia de la regla que ordena el sentido de todas las acciones, ella bañará automáticamente todos los comportamientos, lo sepan o no los sujetos involucrados. La regla imperará gracias a que todas las formas de vida están explícita o implícitamente vinculadas con ella. Quien juega al tenis, no tiene sino una vaga conciencia cuando la tiene, de que le pega a la pelota en determinadas condiciones, fuera de las cuales no hay juego. Y no obstante eso, juega al tenis.

Esta visión de la ética como regla del juego que une a los jugadores con valoraciones comunes, tiene sus dramas y secretos. En su más alta expresión contemporánea –la ética de Wittgenstein–, consagra paradójicamente la accidentalidad del mundo, lo indecible del sujeto y, en última instancia, la necesidad de resolver los problemas valorativos individuales fuera de cualquier fundación de sistemas. En su expresión menor, conduce al radicalismo, esto es, al estilo de problematización de la cuestión ética que tiene lugar en la actualidad política argentina.

Después de tan bello prolegómeno, que nos hizo navegar sobre áreas casi olvidadas de nuestra formación profesional, vamos a bajar a lo cotidiano, arrancando con una frase que en definitiva, es la disparadora de la diáspora radical: La UCR se cagó en la ética en su afán por tratar de entender a la sociedad...

Los torpes dirigentes post alfonsinistas (de Raúl eh), supusieron que la sociedad se derechizaba y que había que acompañarla. Claro está, con esta decisión, mostraron que no entienden nada y que además, el partido no le importa a nadie. Son solo quiosqueros que buscan seguir luqueando con los dineros públicos. Hoy, el radicalismo es la expresión más clara del conservadurismo político y de la panquequización. “La sociedad se derechiza y debemos acompañarla” era la creencia de los dirigentes de la UCR.

Nada de malo hay en recordar que en toda sociedad hay un consuelo común de creencias. Pero si no se dice cuál es el peso de ese colectivo, si se lo presenta como antecediendo al pluralismo, si se lo describe como apriorismo que sienta las bases sobre todo lo demás pero al mismo tiempo no se teoriza sobre él, como si fuera un sobreentendido que todo ciudadano u hombre social ya encuentra montado, lo que se está haciendo es dejar en la oscuridad el lugar del príncipe. Es el lugar del garante de la vida colectiva, que está allí como el coloso de Rodas o el sermón de la Montaña, pero sin dar cuenta de sí. Al contrario, toda la teoría pluralista se dedicará a decir qué pasa luego que el Sermón ha sido pronunciado. Y eso no es bueno. Nada de esto –que al fin, son peripecias del alma teórica de todo partido político, siendo otra cosa "el árbol de oro de la vida"–, hace menos democrático al radicalismo. Lo hace, sí, más trivial. Lo lleva a dejar en la penumbra su autoconferido lugar fundacional, por lo cual corre dos riesgos simultáneos: considerar el pluralismo una infinita sucesión de voluntades que se anulan compensándose (cada ciudadano es la versión neutralizante del otro) e interpretar el poder político como una forma de coordinación implícita, fuera de la disputa social inmediata, apenas como precondición de ciudadanía. Por eso se asigna la representación del "común" en el pacto, es decir, el papel arbitral marginado de la discusión –puesto que encarna valores centrales y estratégicos, sin los cuales no hay llamado al pacto– mientras que los pactistas tienen reservado, simplemente, el derecho de discutir todo lo demás. A nivel nacional, el radicalismo pactó con lo peor de la clase política y social, con la derecha ortodoxa, olvidando que pertenece a la social democracia

Y luego pretenden hacer un discurso construido desde la ética. ¿Qué ética? Algunos de ellos no pueden soportar archivos ni abrir sus armarios sin que se les caigan los muertos. Otros han tratado de impedir todos los actos de gobierno, aun aquellos que tienen gran importancia para la comunidad como el Hospital Materno Infantil. En cada uno ven manejos arbitrarios y hablan de la “arbitrariedad de los números”. Esto es otro profundo brote sicótico y antidemocrático. Hubo varias contiendas electorales en los derrotaron. Se dieron, en virtud del mismo, representaciones en Parlamento... Se vota... se gana o se pierde... En estos tiempos, el radicalismo pierde.  Y debe aceptarlo. Y entender lo que jamás hará por el autoritarismo de sus principales dirigentes: Hay cuestiones de Estado, que exceden el ámbito partidario y mucho más los egos. Pero, la cortedad de quienes hoy están conduciendo la UCR, jamás lo entenderán. Y sí lo saben, no les importa. Ellos cuidan solo su ombligo... Pero han olvidado de hacer lo mismo con sus traseros.

 

Nota

Decimos "el discurso de Parque Norte de Alfonsín", más allá de los problemas de autoría que ese discurso plantea. Ricardo Piglia se divierte imaginando que Macedonio Fernández le escribía los discursos a Yrigoyen. ¿Y quién sabe a ciencia cierta el nombre de aquel redactor de las fatigosas carillas que leyó Perón en el congreso de filosofía de Mendoza? Por otra parte, no existe argentino capaz de decir que no son de Evita, esas gemas de la narración folletinesca universal que notoriamente no escribió Evita en La Razón de mi Vida. Pero puede decirse, al menos, que el discurso de Perón en Mendoza tenía una factura estilística –en el largo modo de eslabonar citas – que ya el propio Perón había exhibido en trabajos de su puño y letra. Del mismo modo, "La Razón de mi Vida" parte de un matriz de lenguaje evitista, anterior al texto, así como Evita después lo "encarna" discursivamente, ¿Y Alfonsín? Es evidente que su discurso asume una tradición discursiva específica de un sector de la reflexión politicológica de raíz académica, y no tiene nada que ver con la locuacidad propia del presidente, que por otra parte, había confesado hasta el momento sólo algunas lecturas de García Morente (Clarín, Revista, 1982) y aparece de repente inspirándose en Salvatore Vecca y otros sabios itálicos, de los que seguramente aún hasta hoy no está anoticiado que citó.

En otra nota, les voy a contar quien le escribía los discursos al caudillo de Chascomús...

ATRÁS