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La columna de Jorge Fava EL ENEMIGO QUE LLEGÓ EN AVIÓN
Es lógica la preocupación y sería irresponsable no mencionar un tema que nos preocupa a todos mas allá de los colores políticos aunque las ideologías nos siguen diferenciando con respecto a cómo encarar las medidas para resolver la crisis humanitaria. El presidente Alberto Fernández ha ponderado encarar esta situación tan grave, desde la concepción que engrandece a un político; hacerlo desde lo éticamente irreprochable como es poner a la vida de cada uno de los argentinos por encima de la economía. Entendiendo que la felicidad de los ciudadanos comienza por preservar la salud de cada uno de ellos sin importar su edad o clase social."La vida de los hombres es sagrada para los hombres “decía Hipólito Yrigoyen a eso nos referimos cuando decimos cual es nuestra diferencia sustancial con la ideología neoliberal. El sustrato moral del peronismo está estrechamente vinculado a la Doctrina Social De la Iglesia que en los últimos tiempos ha sido "aggiornada" gracias al Papa Francisco con la Encíclica LAUDATO SI’, sobre el cuidado de la casa común que hace hincapié en el cuidado del planeta, hoy a punto de colapsar por la explotación brutal que el capitalismo ha hecho los recursos naturales, hasta su extenuación, y del propio hombre, al punto de condenar a muchos pueblos a la exclusión e incluso a su desaparición, como es el caso de los pueblos originarios de nuestra Patria Grande y del exterminio de naciones enteras por obra de las guerras cada vez mas crueles, como si se pudiera medir la crueldad de alguna manera. De esta amalgama humanista que es el kirchnerismo, receptor de las dos corrientes nacionales y populares de nuestro país, deviene todo el bagaje moral justificante de la militancia política articuladora de la solidaridad y la justicia social es incuestionable su compromiso con las clases postergadas como así de su contribución al crecimiento de las clases medias que identifican a nuestra sociedad en toda la región, muy a pesar del último intento de la derecha que sin lugar a dudas diezmó el aparato de Estado, pero que no pudo doblegar a una sociedad identificada con el Movimiento Nacional, heredero de una historia que nos remite a 1810 con la Revolución de Mayo. Ahí tenemos que hurgar para entender la posición presidencial, que además de visibilizarse mundialmente como un ejemplo a seguir por muchos países, hoy se explicitó en la videoconferencia con los líderes del G 20 cuando Alberto les espetó en sus propias caras que "no es el momento para codiciosos”, agregando que “entre la economía y la vida, nuestro país optó por la vida". Sin duda el primer mandatario, que ante la esta emergencia trepa en su popularidad, interpreta el sentir de la inmensa mayoría de los argentinos, que como amante de la vida que es, ha soportado innumerables ataques a su dignidad provenientes de una minoría privilegiada que siempre actuó asociada a los intereses de los imperios que a su turno buscaron y tratan de dominarla. Como una secuencia repetitiva de la historia, nuestra América Latina soporta las agresiones y las pestes que arribaron a nuestras costas desde el mar y que ahora lo hacen desde el cielo como consecuencia de una globalización que nos acercó a los distintos continentes. Antes los conquistadores trajeron todas las enfermedades desconocidas por los originarios, luego en los barcos de los inmigrantes llegaron otras. Hoy desde los aviones este virus desconocido, luego de infectar a Oriente llegó a Europa para recalar ahora en nuestro país a una velocidad inimaginable. Portador de un poder de contagio y letalidad desconocidos hasta el momento, nos tiene a todos encerrados en una cuarentena imprescindible para evitar su propagación. Nuestra vida cambió repentinamente. Pasamos de festejar la derrota del neoliberalismo depredador, pasando por el restablecimiento de políticas públicas desabilitadas por el macrismo vivir en un encierro colectivo para preservar nuestras vidas agredidas por un enemigo misterioso e invisible.
Desde esa misma condición, si se quiere generacional, nos asalta aquella novela de Adolfo Bioy Casares de la década del sesenta titulada “El Diario de la Guerra del Cerdo" cuyo argumento gira en el enfrentamiento generacional emprendido por los jóvenes contra los viejos. Lo cierto es que en la realidad setentista que siguió a esa guerra imaginaria, se plasmó en una pavorosa realidad, pero en la que los viejos derrotaron a los jóvenes asesinándolos y haciéndolos desaparecer. Los que escribimos esta líneas somos parte de esa generación derrotada y perseguida. La misma que hoy está en peligro por su fragilidad etaria ante el avance del ataque letal, que se originó por el placer de muchos, que prefirieron gastar sus ahorros comprando dólares a ochenta y cuatro pesos viajando a los lugares vedados por la responsabilidad, luego que el trece de marzo la OMS declarara la pandemia, y que nuestro presidente impusiera las primeras restrictivas a los desplazamientos, poniendo al país de esa manera en máxima alerta.
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