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Sobre los primeros besos y amores no olvidados RECUERDOS
“Permiso poeta,
“Queremos que escribas tus memorias y nos incluyas” — insistían.
Convivir con los recuerdos no es fácil. A veces, muy pocas, te dan instantes de felicidad. La mayoría del tiempo, se enseñorean con la soledad y son cómplices de la tristeza. Germán estaba acostumbrado a cohabitar con ellos, aún con los más tristes. Desde que salió del pequeño pueblo que lo vio nacer, Germania, ubicado en el noroeste de la provincia de Buenos Aires, cerca del límite con Santa Fe, se transformó en errante viajero con sus mochilas a cuesta. Una con la ropa y algunos objetos queridos. La otra con sus despedidas y soledades. Vivió algunos amores y muchos amoríos. En algún pueblo le pareció que empezaba a echar raíces, pero al poco tiempo, decidía seguir su peregrinaje. Lentamente se fue acercando al mar. Se sentía cómodo, lo vivía, como si hubiera sido parte de el. De viaje, y antes de llegar a su pueblo, quiso pasar algunos días en una playa. Así llegó a Villa Gesell. Como siempre, apenas hubo dejado el equipaje en un hotel, salió a conocer el lugar. Lo hacía utilizando sus cinco sentidos. “Todo me importa en cada sitio – pensaba desde siempre – el paisaje se ve, se oye, se toca, se huele, se saborea ... Como la mujer ... Cuando todos los sentidos dicen si ... Se goza intensamente”. Fue al bosque. Se confortó con el canto de los pájaros, reconoció decenas de árboles, tocó cientos de hojas, olió decenas de flores, metió en su boca los pétalos y descubrió otros sabores. Cuando se estaba acercando al Museo, se encontró con una persona. Recordó algo de la historia de la villa, y aprovechó para preguntarle por la casa de don Carlos Gesell. “Esta es una de ellas – le contestó mirando hacia una pequeña, que estaba al lado de un viejo molino - La otra, la última, está un poco más allá – agregó señalando hacia el mar”. Le agradeció y se encaminó hacia la primera, hoy museo. Lo recorrió con tranquilidad, mirando cada uno de los objetos con interés. “Esta es mi vida – pensó – podría resumirse en un museo. De cosas, pocas y de recuerdos, muchos. Nada más. Parece mentira, después de tantos años, haga lo que haga, viva donde viva, ella siempre aparece. Y pasaron tantos años…” Cuando salió de allí, se dirigió al chalé recorriendo un camino breve, rodeado de añosa vegetación. Apenas lo tuvo ante sus ojos, sintió un raro escozor. “Yo estuve acá – pensó – a este lugar lo conozco”. Pudo entrar a la casa, hoy transformada en lugar histórico y sentir la energía que existía en el mismo. “No cabe duda que la fuerza del viejo, todavía está aquí. El hizo de la nada un lugar mágico... Quizás...” sacudió la cabeza y encaminó sus pasos hacia el mar. Comenzó a caminar lentamente, mojando sus pies en el mar. Lo hacía sin rumbo, simplemente, lo hacía. De pronto sintió la necesidad de detenerse. En ese lugar preciso, lo invadió una sensación de plenitud. Hasta una leve sonrisa se dibujó en sus labios, acostumbrados a los rictus amargos. Sin saber exactamente por que, se sentó en la arena, de cara al mar. Entrecerró los ojos, dejó vagar libremente sus pensamientos y estos los llevaron a su viejo pueblo, a su adolescencia, al pueblo vecino donde vivía su primer amor. Y recordó muchos de los momentos vividos, los buenos y los malos. Claro que en los años de la adolescencia las alegrías superaban a las angustias. Pero hubo llantos en alguna despedida. Existieron en la salida de la niñez besos robados, claro… También soñados… Y los que más recordaba eran los anhelados. Pinto, Granada, Diego, Lincoln… Cada pueblo, en su tiempo, con sus besos, sus caricias, sus temores a vencer y los vencidos... La nostalgia lo invadió al recordarla. Quizás todo podría haber sido diferente sí no hubiera callado, si hubiera vuelto, si… Intuyó que el lugar era especial, allí podría encontrar la respuesta que buscaba desde hacía tanto tiempo. De pronto, sintió una suave voz que le decía: “Lo notaste…. Solo lo hacen los elegidos. Estás en La Playa de los Milagros, el lugar en donde todo es posible. Lo que se piensa aquí, los sueños incumplidos se cumplen. Y a vos te pasará eso. Por que vos elegiste la playa y esta también te eligió a vos”. Abrió los ojos y vio a su lado a una mujer vestida con ropas que le llamaron la atención. Era morena, de cabellos muy largos. Una túnica blanca, muy larga, le otorgaba un raro aspecto. Cadenas con medallas pendían de su cuello. “¿Qué me está diciendo- dijo Germán- qué es eso de la Playa de los Milagros?”. “Es solamente eso – dijo la mujer- solamente eso. Una playa, en la que se producen milagros. Pero no es para todos. Es solamente para los enamorados que viven detrás de un sueño. El que nunca han perdido”. “Entonces – dijo Germán – yo…” “Sí – dijo la mujer – si. Solamente deberás creer que es así. Y luchar por ese sueño. Más allá de las palabras. Con hechos concretos. Todo ahora depende de vos” – dijo y se desvaneció en el atardecer marino. Germán no salía de su sombro. “Quizás… este sea el momento” – se dijo. Se quedó en la Playa de los Milagros hasta que entró la noche. Recordó un poema, que había leído mucho tiempo atrás:
Mientras viva Pero teniendo la certeza que al final, el recuerdo será presente.
Mientras viva;
Cuando volvió al hotel sacó su libreta de apuntes, arrancó una hoja y la arrojó al cesto de papeles. Allí había escrito un poema la noche anterior, mientras viajaba.
Llueve. Estaba seguro que todo era posible… Que el pasado lo es solamente cuando uno quiere que lo sea. Porque el pasado es solamente el presente enterrado. Será cuestión – se dijo – de volverlo a la superficie y transformarlo nuevamente en un hoy… Tan solo eso…
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