Un intento de
despolitizar a la sociedad
LA FAMOSOCRACIA
La afición por la
mentira, amenaza devenir en una práctica permanente y que compromete
a medios de comunicación, políticos, analistas, etc. Hay un espacio
grande en la esfera política que ha sido ocupado por la hipocresía y
el enredo y lo malo es que es visto como rasgo esencial o
sobresaliente de la política.
Más que enredado, el cuadro político local se encuentra en un estado
oscuro. De un tiempo a esta parte la política se ha visto
distorsionada por circunstancias y polémicas que responden de manera
bastante próxima a los climas tenebrosos que se crean en cualquier
simple mundo comunitario. Temas, frases o gestos de relevancia menor
se prestan para enredos magnificados comunicacionalmente y que, en
más de un caso, adquieren una dinámica tal que terminan en
situaciones inentendibles porque ya nada tienen que ver con su
modesto origen.
La afición por enredar la información amenaza devenir en una
práctica permanente y que compromete a medios de comunicación,
¿Es este un fenómeno puramente modal e inocuo? Pudiera ser,
efectivamente, una pasajera moda banal y, aunque permaneciera en el
tiempo, no representaría grandes riesgos si persistieran poderosas
corrientes de opinión y conductuales que aseguraran la
preponderancia de una práctica y un discurso político bajo cánones
más respetables.
El asunto es que esta afición por mentir y enredar está inmersa en
factores que pueden llegar a ser respaldos potencialmente activos
para su permanencia y expansión.
En efecto, la actitud de marras puede encontrar amparo en tres
fenómenos que circulan por la política moderna y cuyas
manifestaciones conducen a un cuadro propicio para el asentamiento y
progreso de una actividad política trivial y falaz. De esos
fenómenos -y tendencias- aquí se enuncian tres.
El primero alude a lo que se ha vulgarizado como la idea fukuyamista
del "fin de la historia" y que en lo real-concreto se traduce en la
proliferación de un tipo de político "escéptico", mal llamado
"pragmático" y que, inconfesamente, no le asigna a la política
ningún rol "mítico" o "épico". Para este tipo de político, la
política no tiene contenido "histórico" (en el sentido hegeliano),
ergo, deviene en una actividad técnica, rutinaria y en la que la
acumulación y reproducción de poder es el principal aliciente para
el político. Es natural que con esta mirada la política tienda a ser
practicada con un nivel bajo de trabajo intelectual y con una
sublimación de los elementos subjetivos que participan en el proceso
de acumulación y reproducción de poder individual.
El segundo dice relación con el anterior, pero se especifica en lo
nacional en virtud de los avances que ha tenido el país en los
últimos años. En los planos económicos, sociales y políticos existe
la sensación -en la media política- de "misión cumplida", en el
sentido de que se habría hecho lo más y que restaría lo menos, tanto
en lo que se refiere a estabilidad y crecimiento económico, a "deuda
social", pobreza, calidad de vida, etc., como en lo que respecta a
consolidación institucional y democrática. "Misión cumplida"
implica, por otra parte, la desdramatización de los problemas de la
sociedad.
Los dramas impulsores y centralizadores de la política en las
últimas dos décadas habrían sido superados al menos en lo que
concierne al dramatismo que inicialmente contenían. Sin dramas es
lógico que la política no se vea impelida a urgencias y a esfuerzos
adicionales para alcanzar nuevos hitos. La desdramatización juega
una suerte de papel "liberalizador" de la política: puede dedicarse
más a sí misma y ello, normalmente, quiere decir, dedicarse más al
juego y a la competencia de poderes. Competencia de poderes que, sin
dramas a resolver, sin mitos o épicas, casi inevitablemente se
desplaza hacia los aspectos más menudos y subjetivados de la
política.
Y un tercer fenómeno lo constituye la emergencia de un nuevo tipo de
analistas políticos que bien puede denominárseles "analistas
mediáticos", no sólo por su vinculación con los mass media sino por
su adscripción a las lógicas mediáticas de masas. El "analista
mediático" rompe con la figura tradicional del analista político. A
éste se le demandaba intentar develar el hecho político dentro de
contextos históricos, estructurales y socio-culturales. Es decir, se
le pedía una función crítico-intelectual cuyo resultado era
presentar el hecho político en sus complejidades esenciales. Al
"analista mediático" -a la inversa- se le asigna como tarea la de
hacer accesible a las masas (o a universos masivos) el hecho
político, para lo cual recurre a la simplificación, adicionando y
conjugando informaciones que las masas desconocen pero que les
resultan de fácil comprensión. Así, el "analista mediático" reduce y
adapta el lenguaje a lo que "la gente quiere", por consiguiente, su
"análisis" autonomiza la política de otras variables y se concentra
en las formas y en la interpersonalidad del hecho político.
En un plano más tangible, una de las principales consecuencias
negativas que tendría la consolidación de tales tendencias sería el
afianzamiento de un paralelismo en las dinámicas políticas. Se
tendría, de un lado, una política básicamente formalista y con
escasa organicidad socio-estructural y cultural, pero altamente
difundida entre el público.
Y se tendría, de otro lado, una política trascendente y acorde con
los procesos integralmente reales de los que debe dar cuenta la
actividad política, pero virtualmente sin interlocuciones con los
públicos masivos.
Por supuesto que un paralelismo de esa naturaleza sería un mal
augurio para la calidad de la política, de la democracia y, a la
larga, para el desarrollo del país.
Banalizando ganan
los banales banailzadores
Desde el macrismo,
fundamentalmente, se trabaja intensamente para desideologizar a los
ciudadanos. Es verdad que no necesita demasiado porque Mauricio
Macri carece de ideología, tomada esta como fundamento del accionar
político no circunstancial ni pragmático. Mauricio ha optado por
intentar consolidar la “Famosocracia”, una forma de gobierno
manejado por personas sin militancia, sin ideología política, sin
compromisos partidarios, que tiene el mérito de ser famosos por otra
actividad. Estos outsiders de la política, al ser requeridos por la
prensa sobre temas de interés nacional o que requieren algún tipo de
análisis que surja desde la ideología dicen simplemente que no son
políticos y que solo se ocupan de las cosas que le pasan a la gente.
Una verdadera paradoja. No se puede estar cerca de los ciudadanos,
trabajar para ellos y con ellos sin la política. Pero, hay algo que
debe ser revisado por quienes desde hace años ocupan cargos en los
distintos niveles de gobierno y quienes desde las estructuras
partidarias pretenden sucederlos. No deben perder el contacto con el
pueblo. Deben nutrirse de sus necesidades, interpretarlas, hacerlas
cuestión de Estado. Si no lo hacen, estarán traicionado a sus
mandantes. |