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Cuando la ideología es movimiento TRANSFORMAR CONCEPTOS EN ACCIÓN
No digáis que el movimiento social excluye el movimiento político. No hay jamás movimiento político que, al mismo tiempo, no sea social. Carlos Marx “Miseria de la Filosofía”
De la misma manera que el cuerpo humano se estructura y mantiene sobre la columna vertebral, los pensamientos, ideas y relaciones de los hombres se estructuran sobre los conceptos y las palabras. Lo que nos caracteriza a los seres humanos es la capacidad de comunicarnos con nuestros semejantes y esto se hace utilizando las palabras y pensando los conceptos. ¿Porqué podemos entendernos? por la sencilla razón de que las palabras y conceptos significan lo mismo para quienes se comunican. Precisamente uno de los principales problemas de la comunicación se da cuando las palabras significan cosas distintas para cada cual. Aparentemente se puede llegar a acuerdos pero en la práctica están construidos en el aire, no tienen una base sólida: cada uno ha entendido lo que ha querido, se ha mantenido una "conversación de pelotudos". Bien es cierto que ésta manera de actuar entra dentro de lo denominado "políticamente correcto". Siglos de pensamiento humano y cultura para que ahora alguien diga que en las "democracias avanzadas"(sic) hay que evitar una batalla por las palabras y los conceptos. Una de las características de las dictaduras es la manipulación del lenguaje por eso es que está claro que hay que dar una batalla por las palabras y los conceptos. Es la gran batalla de estos tiempos: La cultural. Cuando en un movimiento político no se tiene conceptos, o cuando sí existen no se comunican, obviamente, deja de tener contenido, es una cáscara vacía y se transforma en un barco que navega sin rumbo en el mar político, aunque el timón sea sostenido con fuerza por una sola persona. Un movimiento político solo se hace conocer y se sostiene cuando hay un concepto claro de su contenido, de su ideología (concepto) y cuando se hace conocer con palabras. Concepto y palabra. Indisolubles a la hora de construir consensos y ampliar bases de acción. Hoy, el Kirchnerismo, Cristinismo o como quiera que de lo llame, ha pasado a ser un gran movimiento social, con una esclarecida estructura política que lo alimenta y a su vez, se retroalimenta de él. Décadas de experiencia neoliberal, comandadas a nivel internacional por el FMI y el Banco Mundial, sumergieron a los países de América Latina en graves problemas económicos que llevaron los movimientos sociales de la región a la defensiva. El desempleo, la inflación, la dramática caída de los niveles salariales y de calidad de vida, la falta de inversiones en el sector productivo, en infraestructura, o desarrollo social forman un conjunto de fenómenos que fueron destruyendo el tejido social, que desestructuraron las lealtades institucionales, rompiendo los lazos sociales, abriendo camino a la violencia, las drogas y la criminalidad en sus diversas formas de expresión. Las formas de lucha principales del movimiento obrero, como la huelga y otras formas de interrupción del trabajo, perdieron fuerza en la medida en que amplias masas de desempleados o recién llegados a la actividad laboral están siempre dispuestas a sustituir a los trabajadores activos. Las posibilidades de lucha en las calles alcanzan cierto auge hasta que el cansancio y el enfrentamiento con formas despiadadas de represión hacen retroceder al movimiento que va perdiendo sus objetivos, abriendo camino a la acción del “sub-proletariado” que no dispone de programas de lucha organizados y consecuentes. Los años de recesión estuvieron agravados por mecanismos de represión institucional y regímenes de excepción apoyados en formas de terror estatal que habían tenido inicio en la fase anterior y que consolidaron a medida que mataban, secuestraban, torturaban a los integrantes de los movimientos nacionales y populares. La recesión sistemática, que debería ocurrir en la década del 70, fue retrasada debido a la captación de recursos externos en forma de préstamos internacionales a bajo costo como consecuencia del reciclaje de los petrodólares. En la década del 80 se inicia la fase recesiva con la exigencia de pago inmediato de los intereses de la deuda, aumentadas debido al crecimiento del capital principal bajo la forma de “renegociaciones” irresponsables y debido al aumento de las tasas internacionales de interés a partir de las decisiones adoptadas por el Tesoro Americano. Esta combinación de recesiones sucesivas, regímenes de excepción, terrorismo de Estado y rebaja del nivel de vida de los trabajadores estuvo seguida de una ofensiva ideológica contraria a las conquistas de los trabajadores y a las mejoras obtenidas por el conjunto de la población durante los años de crecimiento económico. La ofensiva ideológica neoliberal alcanzó su auge en la segunda mitad de los años 80, con la política derrotista de la clase política dirigente de la Unión Soviética y de la Europa Oriental. A partir de la caída de los regímenes del llamado “socialismo real” se abrió una ofensiva ideológica neoliberal que implantó un verdadero terror ideológico. Cualquiera que reivindicara una crítica al capitalismo o al quimérico “libre mercado” era inmediatamente segregado de los medios de comunicación de masas y de la academia. Era la época del “fin de la historia”, del fin del socialismo y del marxismo. Fueron en Argentina, los años del peronismo menemista. O de menemismo, a secas. Los “años 90” fueron los de la consolidación de los programas económicos que no habían tenido tiempo de instalar las dictaduras asesinadoras. Ya no hicieron falta las armas. Solo un grupo de políticos claudicantes y que hoy, se siguen sosteniendo, con tras caras y otros nombres gracias a la prensa hegemónica, siempre cómplice de estos intereses. En un país desvastado en lo económico, vacío en lo ideológico, apareció un concepto, que tiene raíces históricas. John William Cooke fue uno de los más brillantes teóricos del Peronismo. Quizás el mejor. Podría decirse que fue el creador de la Izquierda Peronista. Pero la tarea de Cooke no se limitó al mundo de las ideas. Todo lo contrario. Su militancia política fue impactante. Con sólo 25 años fue diputado por la lista que encabezaba Juan Perón. Y no fue un diputado más. “Era uno de los más vehementes, del Congreso. Porque a Cooke le temían como se le teme a la sangre joven, a las ideas frescas, a los modos nuevos, a las palabras nuevas y francas. Y Cooke era joven, pasional, insobornable. Cuando la “Revolución Fusiladora” lo derrocó, Perón nombró a Cooke al frente del Partido Justicialista. Fue una apuesta fuerte y audaz del viejo estratega. Porque se correspondía con un momento de claudicaciones, huidas varias y terrores de cuanto burócrata y adulón formaba parte del movimiento. Y Perón no tenía un pelo de tonto. Por eso se refugió en lo seguro, en lo inclaudicable: en la ideología. Cooke era un ideólogo. Cooke tenía una ideología. Era un tipo de izquierda. De una izquierda amplia. Que lleva adelante el pacto con Frondizi. Que ve el papel objetivamente revulsivo que tiene la figura de Perón en las masas, no sólo argentinas sino latinoamericanas. Pero, para Cooke, un fascista es un fascista. Y la Política no es el arte de sumar a todos. Es el arte de sumar a todos los que piensan, al menos, parecido. De lo contrario, lo que se organiza es una mermelada, ese gigante invertebrado que terminó por ser el peronismo. Cooke identifica y dispara contra los enemigos íntimos del partido: los “blandos”, los “dialoguistas”. Pero sobre todo: los “burócratas”. Evita ya había cargado contra ellos: “Burócrata es aquel que usa su cargo para servirse a sí mismo y no para servir a los demás”. Pero Cooke irá más allá. “De acuerdo”, dirá. “Todo eso es un burócrata; pero además es un traidor. O un traidor en potencia. Porque hoy está acá, pero mañana está allá. Porque no le interesa la ideología, porque ni siquiera tiene ideología. Todo lo que le interesa es conservar su status quo. Su lugar, su poder, su influencia, su guita. Vestido de rojo o vestido de negro. No importa. Lo importante es permanecer”. Cooke planteaba la necesidad de cerrar filas ideológicas dentro del movimiento. Lo instaba al General a pegar el famoso “giro a la izquierda”. Por un lado, porque sabía perfectamente que cualquier revolución debía hacerse desde dentro del Peronismo. Nunca desde afuera. Porque el proletariado, el pueblo, las masas estaban con Perón. Y era allí donde Cooke encontraba la sustancia, la materia prima de la lucha: “La lucha (armada o no) sólo se legitima cuando hunde sus raíces en el pueblo”. Pero por otro lado, también sabía que ese tipo de movimiento policlasista, “ese choque de intereses y de ideologías contrapuestas, que Perón resolvía bajo su conducción vertical, personalista y pendular” (Galasso, “Peronismo y Liberación Nacional”), más tarde o más temprano acabaría por generar su propio cáncer. Y, acaso, hasta su propia muerte. Sabemos que el tiempo no le dio la razón. Porque el Peronismo hoy representado claramente por el kirchnerismo y sus aliados, está más vivo que nunca. Porque, o el kirchnerismo se empecina con ser popular, o el pueblo se empecina con ser kirchnerista. No lo sabemos. Y su comprensión tal vez no entre en ninguna categoría racional. Pero este tipo de indefinición ideológica, o mejor dicho: este arte de sumar sólo por sumar, le costó demasiado al Peronismo. Le costó un Menem, un Barrionuevo, un Palito Ortega. Le costó convertirse en un “gigante invertebrado y miope”. En un aparato tan grande que se transformó solamente en eso: en un aparato, en un significante vacío, en la definición política de todo y a la vez de nada. Hoy el kirchnerismo duro, fundacional, sabe que solo perdurará sí facilita, prioriza, fundamenta, el debate político. Se trata ahora de consolidar el concepto y encontrar las palabras para que este se encarne en sus seguidores y atraiga nuevos... Y que todos sepan donde están y para qué. Que solo encontrarán lugar en la militancia. Y que, aunque detenten algún cargo, por más importante que sea, deberán ser militantes del “movimiento nacional, popular y democrático”, como lo rebautizó Cristina en el discurso de la re asunción. Ideología, debate... crecimiento permanente sin claudicar en el concepto... La conducción de Cristina seguramente podrá aplacarlo todo por un tiempo. Pero el riesgo de la conducción siempre es su caducidad. ¡El riesgo de la conducción es que se termina! Como se terminan las vidas humanas o los tiempos políticos. La ideología, en cambio, perdura. En este sentido, lo que el Kirchnerismo viene pidiendo a gritos hace rato es ser la superación dialéctica del Peronismo. Superar al Peronismo, sí. Pero conservándolo. El “aufheben” de Hegel: superar sin aniquilar; superar conservando. En otras palabras: el Kirchnerismo necesita cerrar filas ideológicas y convertirse definitivamente en el partido de centro izquierda que contenga al Peronismo. De la misma manera que el Peronismo será Kirchnerista o volverá a ser nada. El hoy tiene una oportunidad histórica. La Presidenta lo sabe. Y por eso actúa en consecuencia. Sólo resta preguntarse una cosa: los demás, en las provincias, en los distritos ¿también lo harán? Sí no se dan cuenta que una conducción sin ideología política y sin palabras que la comuniquen no tienen futuro, no entendieron que es el kirchnerismo. |
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