Germán Delgado onírico

EL SEXO DE LOS ÁNGELES
Aparecía en sueños y poco a poco dominé mi mente para encontrármela a diario. Al principio se limitó a mirarme con sus brillantes ojos negros y a sonreír con sus dientes de luz. Después, cuando logré ganar su confianza, se sentaba en el borde de la cama para que le acariciara las alas. Eran tan suaves y blancas que me perdía en ellas. Lo admirable era que siendo tan hermosas tenían la fuerza para controlar el vuelo de aquel ser, de piel bronceada y cabello rubio. A excepción de los ojos, su aspecto era el que siempre imaginé de un ángel: joven de líneas perfectas y de raza blanca. Su conversación me proporcionaba seguridad y esa paz que sólo es comparable con estar en el fondo de un mar transparente, repleto de peces y corales. Puedo afirmar que tal sensación es la de vivir en el Paraíso. Al contarle mis problemas me aconsejaba la manera más apropiada y paradójicamente sencilla de resolverlos. Me enamoré de ella y se lo dije. Su inicial rechazo no me decepcionó, sino que me hizo desarrollar todo tipo de artimañas de convencimiento. Finalmente logré seducirla y su cuerpo me enloqueció. Cada noche inventábamos nuevas formas de erotizarnos. Ya no quería que amaneciera, maldecía a las mañanas. Solamente necesitaba el amparo de la noche para cobijar mis terribles deseos. Comencé a bajar de peso; dejé de comer porque mi único alimento era ella. Entonces el odio comenzó a penetrar a mis pensamientos. Era terrible que después de cada clímax extendiera sus alas para volar hacia Dios. En una ocasión me pidió agua con azúcar y mezclé el líquido con somníferos. Luego le inyecté un anestésico en la espalda y, navaja en mano, corté alas y sueño. Las primeras noches fueron difíciles. Despertaba a cada rato para delirar que le dolían. Le dije tus alas ya no existen, estaremos juntos para siempre. Cuando estuvo repuesta, su conducta cambió. Ya no me dedicaba todo su tiempo ni su lujuria. Se iba a los bares para retornar ebria y drogada a mi cama, lista para dormir. Un buen día conoció a alguien y me abandonó. Lloré océanos y pensé en el suicidio, pero el tiempo, me consta, es implacable. Ahora tengo nuevos motivos de existencia. Hace varias noches desperté ante la mirada de un ángel negro. Me visita a diario y su enigmática presencia me provoca un deseo incontenible de hacer el amor. No he logrado siquiera que tome asiento en el borde de la cama. Cree que tarde o temprano le cortaré las alas. Sin embargo, tengo paciencia. Es tan fácil corromper a un ángel...

 

 
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